lunes, 7 de abril de 2014

SER SEMEJANTE A JESÚS.

Para crecer, estudiar la palabra

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
2 Timoteo 3:16, 17.

El que enseña la verdad debe avanzar en conocimiento, creciendo en la gracia y en la experiencia cristiana, cultivando hábitos y prácticas que honren a Dios y a su Palabra. Debe mostrarle a otros cómo hacer una aplicación práctica de la Palabra. Cada adelanto que hagamos en la habilidad santificada, en estudios variados, nos ayudará a entender la Palabra de Dios; y el estudio de las Escrituras nos ayuda en el estudio de otras ramas esenciales en educación.

Después del primer conocimiento de la Biblia, crece rápidamente el interés de los investigadores fervorosos. La disciplina que se gana por causa de un estudio regular de la Palabra de Dios los capacita para ver una frescura y una belleza en la verdad que nunca antes habían notado. Para un estudiante de la Biblia, cuando habla, llega a ser natural y fácil el hacer referencia a textos bíblicos.

Por encima de todo es esencial que los maestros de la Palabra de Dios busquen de la manera más ferviente poseer las evidencias internas de las Escrituras. Los que sean bendecidos con esta evidencia deben escudriñar las Escrituras por sí mismos. A medida que aprendan las lecciones dadas por Cristo y comparen escritura con escritura, para ver si llevan sus credenciales, obtendrán un conocimiento de la Palabra de Dios y la verdad se grabará en su alma.

La verdad es la verdad. No es para que sea envuelta en bellos adornos para que se admire su apariencia exterior. El maestro debe hacer que la verdad sea clara y eficaz para el entendimiento y la conciencia. La Palabra es una espada de dos filos que corta por ambos lados. No pisa con pies calzados con zapatos suaves.

Hay muchos casos de hombres que han defendido el cristianismo contra los escépticos, pero que después perdieron su propia alma en los laberintos del escepticismo. Respiraron los miasmas de la incredulidad y murieron espiritualmente. Tenían poderosos argumentos en favor de la verdad y de muchas evidencias externas, pero no tenían una fe permanente en Cristo. ¡Oh, hay miles y miles de aparentes cristianos que nunca estudian la Biblia! Estudien la sagrada Palabra con oración para beneficio de su propia alma. Cuando escuchen la palabra del predicador viviente, si él tiene una relación viva con Dios, encontrarán que concuerdan el Espíritu y la Palabra.—The Review and Herald, 20 de abril de 1897.

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