La verdad del sábado está apoyada por la palabra
Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Éxodo 31:16.
Vivimos en unos días que constituyen un tiempo que exige una constante vigilancia, un tiempo en el que el pueblo de Dios debería estar despierto y llevando a cabo la gran obra de presentar la luz acerca del sábado. Deberían levantarse y amonestar a los habitantes del mundo de que Cristo pronto vendrá la segunda vez con poder y grande gloria...
Este es un tiempo para que los siervos del Señor trabajen con un celo constante para llevar el mensaje del tercer ángel a todas las partes de la tierra. La obra de este mensaje se está esparciendo lejos y cerca; y con todo, no deberíamos sentirnos satisfechos, sino apresurarnos a llevar a más miles de personas la verdad con respecto a la perpetuidad de la ley de Jehová. Debe proclamarse el mensaje desde todas nuestras instituciones de enseñanza, desde nuestras casas editoras y desde nuestros sanatorios. Por todo lugar el pueblo de Dios debe levantarse y cooperar en la grandiosa y gran obra representada por los mensajes del primer, del segundo y del tercer ángel. Esta última amonestación a los habitantes de la tierra es para conseguir que todos vean la importancia que Dios atribuye a su santa ley. Tan claramente debe presentarse la verdad, que ningún transgresor, al oírla, falle en percibir la importancia de la obediencia al mandamiento del sábado...
Se me ha ordenado que diga a nuestro pueblo: reúnan pruebas de las Escrituras de que Dios santificó el sábado, y lean las palabras del Señor ante las congregaciones, mostrando que todos los que se aparten de un claro “Así dice el Señor” serán condenados. El sábado ha sido la prueba de la lealtad del pueblo de Dios en todas las épocas. El Señor declara: “Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel”. Éxodo 31:17.
Al presentar la Palabra de Dios al pueblo, no hay nada que discutir. El Señor da su palabra para la observancia del séptimo día; que esta palabra sea dada al pueblo, y no las palabras de seres humanos. Al hacerlo así, arrojan la carga de responsabilidad sobre los que la rechacen; y los argumentos de los oponentes son argumentos contra las especificaciones de la Palabra. Mientras ensalzan un “Así dice el Señor”, la controversia no es con el obrero, sino con Dios.—The Review and Herald, 26 de marzo de 1908.
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