Oh Jehová, ten misericordia de nosotros, a ti hemos
esperado; tú, brazo de ellos en la mañana, sé también nuestra salvación en
tiempo de la tribulación. Isaías 33:2.
La historia de Jacob nos da además la seguridad de que [en
el tiempo final de angustia] Dios no rechazará a los que han sido engañados,
tentados y arrastrados al pecado, pero que hayan vuelto a él con verdadero
arrepentimiento. Mientras Satanás trata de acabar con esta clase de personas,
Dios enviará a sus ángeles para consolarlas y protegerlas en el tiempo de
peligro.
Los asaltos de Satanás son feroces y resueltos, sus engaños
terribles, pero el ojo de Dios descansa sobre su pueblo y su oído escucha su
súplica. Su aflicción es grande, las llamas del horno parecen estar a punto de
consumirlos; pero el Refinador los sacará como oro purificado por el fuego. El
amor de Dios para con sus hijos durante el período de prueba más dura es tan
grande y tan tierno como en los días de su mayor prosperidad; pero necesitan
pasar por el horno de fuego; debe consumirse su mundanalidad, para que la imagen
de Cristo se refleje perfectamente.
Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requieren
una fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre, una fe que no
desmaye a pesar de las pruebas más duras. El tiempo de gracia les es concedido a
todos con el fin de que se preparen para aquel momento. Jacob prevaleció porque
fue perseverante y resuelto. Su victoria es prueba evidente del poder de la
oración importuna. Todos los que se aferren a las promesas de Dios como lo hizo
él, y que sean tan sinceros como él lo fue, tendrán tan buen éxito como él. Los
que no están dispuestos a negarse a sí mismos, a luchar desesperadamente ante
Dios y a orar mucho y con empeño para obtener su bendición, no lo conseguirán.
¡Cuán pocos cristianos saben lo que es luchar con Dios!
¡Cuán pocos son los que jamás suspiraron por Dios con ardor hasta tener como en
tensión todas las facultades del alma! Cuando olas de indecible desesperación
envuelven al suplicante, ¡cuán raro es verlo atenerse con fe inquebrantable a
las promesas de Dios!
Los que sólo ejercitan poca fe, están en mayor peligro de
caer bajo el dominio de los engaños satánicos y del decreto que violentará sus
conciencias. Y aun en caso de soportar la prueba, en el tiempo de angustia se
verán sumidos en mayor aflicción porque no se habrán acostumbrado a confiar en
Dios. Las lecciones de fe que hayan descuidado, tendrán que aprenderlas bajo el
terrible peso del desaliento.—el Conflicto de los Siglos,
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