miércoles, 26 de noviembre de 2014

Debemos crecer en piedad, pureza y amor


Desead como niños recién nacidos la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor. 1 Pedro 2:2, 3.
Dios hizo toda provisión para la salvación de cada alma; pero si rechazamos el don de la vida eterna, comprada para nosotros a un costo infinito, llegará el momento cuando Dios también nos rechazará de su presencia, seamos ricos o pobres, de clase alta o baja, cultos o ignorantes. Los principios de justicia eterna serán los que tendrán pleno dominio en el gran día de la ira de Dios.
No escucharemos ningún cargo contra nosotros sobre la base de las acciones pecaminosas que hemos cometido, sino que el cargo contra nosotros se hará por el descuido y la negligencia de los deberes buenos y nobles impuestos sobre nosotros por el Dios de amor. Serán tenidas en cuenta las deficiencias de nuestro carácter. Se conocerá entonces que todos los que serán así condenados tuvieron luz y conocimiento, se les habían confiado los bienes de su Señor y fueron hallados infieles a lo que se les confió. Se verá que no apreciaron el depósito celestial, que no usaron su capital en un servicio amante hacia otros, que no cultivaron la fe y la devoción, por precepto y por ejemplo, en aquellos con quienes se relacionaron. Serán juzgados y castigados de acuerdo con la luz que tuvieron.
Dios exige que cada ser humano mejore todos los medios de gracia que el cielo le ha provisto, y llegue a ser cada vez más eficiente en la obra de Dios. Se ha hecho toda provisión para que aumente siempre la piedad, la pureza y el amor de los seguidores de Cristo, que puedan duplicarse sus talentos, y que pueda aumentar su capacidad en el servicio de su divino Maestro.
Pero aunque se hizo esta provisión, muchos que profesan creer en Jesús no lo ponen de manifiesto por medio del crecimiento que da testimonio del poder santificador de la verdad sobre la vida y el carácter. Cuando por primera vez recibimos a Jesús en nuestro corazón, somos como bebés en religión, pero no debemos permanecer como si siempre fuéramos bebés. Debemos crecer en gracia y en conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; debemos alcanzar la medida de la plenitud de hombres y mujeres en él. Debemos avanzar; debemos obtener, por medio de la fe, nuevas y ricas experiencias, creciendo en responsabilidad, confianza y amor, conociendo a Dios y a Jesús, a quien él envió.—The Youth’s Instructor, 8 de junio de 1893.

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