viernes, 7 de noviembre de 2014

El tiempo para la adoración debe ponerse aparte como sagrado


Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Juan 6:51.
El incienso que ascendía con las oraciones de Israel representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único que puede hacer aceptable ante Dios el culto de los seres humanos. Delante del velo del Lugar Santísimo había un altar de intercesión perpetua; y delante del Lugar Santo, un altar de expiación continua. Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente.
Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el Lugar Santo a la hora del incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo. Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de su corazón y luego confesar sus pecados. Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el Lugar Santo. Así sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido, simbolizado por el sacrificio expiatorio.
Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aún entonces, a la hora indicada, dirigían el rostro hacia Jerusalén y elevaban sus oraciones al Dios de Israel. En esta costumbre los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se postran de mañana y tarde para pedir el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 366, 367.

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