Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno
comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la
cual yo daré por la vida del mundo. Juan 6:51.
El incienso que ascendía con las oraciones de Israel
representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la
cual por medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único que puede hacer
aceptable ante Dios el culto de los seres humanos. Delante del velo del Lugar
Santísimo había un altar de intercesión perpetua; y delante del Lugar Santo, un
altar de expiación continua. Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el
incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de quien los
pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede
otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente.
Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el
Lugar Santo a la hora del incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser
ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una hora de intenso
interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo. Antes de
allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían
hacer un ferviente examen de su corazón y luego confesar sus pecados. Se unían
en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el Lugar Santo. Así sus
peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los
méritos del Salvador prometido, simbolizado por el sacrificio expiatorio.
Las horas designadas para el sacrificio matutino y
vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos
dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos posteriores los
judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aún entonces, a la
hora indicada, dirigían el rostro hacia Jerusalén y elevaban sus oraciones al
Dios de Israel. En esta costumbre los cristianos tienen un ejemplo para su
oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de
ceremonias que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los
que le aman y se postran de mañana y tarde para pedir el perdón de los pecados
cometidos y las bendiciones que necesitan.—Historia de los Patriarcas y
Profetas, 366, 367.
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