Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti
he confiado; hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi
alma. Salmos 143:8.
Cuando Dios dio a Jesús al mundo, incluyó todo el cielo en
ese don. No nos lo dejó para retener nuestros defectos y deformidades de
carácter, o para servirlo como mejor pudiéramos en la corrupción de nuestra
naturaleza pecaminosa. Hizo provisión para que pudiéramos estar completos en su
Hijo, no teniendo nuestra propia justicia, sino la justicia de Cristo. En
Cristo, todo el almacén del conocimiento y de la gracia está a nuestra
disposición; porque en él habita “corporalmente toda la plenitud de la Deidad”.
Colosenses 2:9.
Cristo dio su vida por nosotros; somos su propiedad. “¿O
ignoráis”, dice él, “que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual
está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis
sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en
vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. 1 Corintios 6:19, 20. Los hijos de
Dios deben mostrar su amor por él, cumpliendo sus demandas, entregándose a él.
Sólo entonces puede él usarlos en su servicio, para que otros, por medio de
ellos, puedan discernir la verdad y regocijarse en ella.
Pero el pueblo de Dios está adormecido a su bien presente y
eterno. El Señor les dice: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y
la gloria de Jehová ha
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