martes, 17 de octubre de 2023

A todo el mundo


Encontraremos oposición proveniente de motivos egoístas, del fanatismo y del prejuicio; pero con valor indómito y fe viva debemos sembrar junto a todas las aguas. Los agentes de Satanás son formidables; debemos hacerles frente y combatirlos. Nuestras labores no se han de limitar a nuestro propio país. El campo es el mundo; la mies está madura. La orden dada por Cristo a los discípulos antes de ascender fué: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura.” Marcos 16:15.

Nos sentimos profundamente apenados al ver a algunos de nuestros predicadores que se limitan a trabajar por las iglesias, haciendo aparentemente algunos esfuerzos, pero casi sin obtener resultado por sus labores. El campo es el mundo. Salgan a un mundo incrédulo, y trabajen para convertir las almas a la verdad. Indicamos a nuestros hermanos y hermanas el ejemplo de Abrahán, quien subió al monte Moria para ofrecer a su único hijo, a la orden de Dios. Esto era obediencia y sacrificio. Moisés se encontraba en las cortes reales y tenía delante de sí la perspectiva de una corona. Pero se apartó de este soborno tentador, y “rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios.” Hebreos 11:24-26. Los apóstoles no contaban su vida por preciosa y se regocijaban de ser tenidos por dignos de sufrir oprobio por el nombre de Cristo. Pablo y Silas sufrieron la pérdida de todo. Fueron azotados y arrojados brutalmente al frío piso de una mazmorra, en una posición muy dolorosa, con los pies elevados y sujetos en el cepo. ¿Llegaron protestas y quejas a los oídos del carcelero? ¡Oh, no! Desde el interior de la cárcel, se elevaron voces que rompían el silencio de la noche con cantos de gozo y alabanza a Dios. Animaba a estos discípulos un profundo y ferviente amor por la causa de su Redentor, en favor de la cual sufrían. En la medida en que la verdad de Dios llene nuestro corazón, absorba nuestros afectos y rija nuestra vida, tendremos por gozo el sufrir por la verdad. Ni las paredes de la cárcel, ni la hoguera del martirio, podrán entonces dominarnos ni poner obstáculo a la gran obra.

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