Capítulo 2—La iglesia es propiedad de Dios
Jesús
ve a su verdadera iglesia en la tierra, cuya mayor ambición consiste en
cooperar con él en la grandiosa obra de salvar almas. Oye sus oraciones
presentadas con contrición y poder, y la Omnipotencia no puede resistir
sus ruegos por la salvación de cualquier miembro probado y tentado del
cuerpo de Cristo. “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que
traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra
profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras debilidades; sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono
de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el
oportuno socorro”. Jesús vive siempre para interceder por nosotros. Por
medio de nuestro Redentor, ¿qué bendiciones no recibirá el verdadero
creyente? La iglesia, que está por entrar en su más severo conflicto,
será, para Dios, el objeto más querido en la tierra. La confederación
del mal será impulsada por un poder de abajo, y Satanás arrojará todo
vituperio posible sobre los escogidos, a quienes no puede engañar y
alucinar con sus invenciones y falsedades satánicas. Pero exaltado “por
Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de
pecados”, Cristo, nuestro representante y nuestra cabeza, ¿cerrará su
corazón, o retirará su mano, o dejará de cumplir su promesa? No; nunca,
nunca.
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