"Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro." Sal. 89: 14.
No es de extrañar que los transgresores de la ley de Dios se aparten en la actualidad de ella tanto como pueden, puesto que los condena. Pero los que sostienen que los mandamientos fueron abolidos en ocasión de la crucifixión de Cristo sufren de un engaño semejante al de los judíos. El concepto de que la ley de Dios es rigurosa e insoportable arroja desprecio sobre el que gobierna el universo de acuerdo con sus santos preceptos. Un velo cubre el corazón de los que mantienen este punto de vista tanto cuando leen el Antiguo Testamento como el Nuevo.
El castigo por la más mínima transgresión de esa ley es la muerte, y si no fuera por Cristo, el Abogado del pecador, recaería inmediatamente sobre cada ofensa. La justicia y la misericordia están unidas. Cristo y la ley están el uno al lado de la otra. La ley condena al transgresor, pero Cristo intercede en favor del pecador.
En ocasión de la primera venida de Cristo se inauguró una era de mayor luz y gloria; pero indudablemente sería un pecado de ingratitud despreciar y ridiculizar la luz menor, porque resplandeció una luz más plena y gloriosa. Los que desprecian las bendiciones y la gloria de la dispensación judaica no están preparados para beneficiarse con la predicación del Evangelio. El resplandor de la gloria del Padre, y la excelencia y la perfección de la santa ley, sólo se pueden comprender por medio de la expiación lograda en el Calvario por su amado Hijo; pero hasta la expiación pierde su significado cuando se rechaza la ley de Dios.
La vida de Cristo es la más perfecta y completa reivindicación de la ley de su Padre, y su muerte da testimonio de su inmutabilidad. Cristo, al llevar la culpa del pecador, no libera al hombre de su obligación de obedecer la ley; porque si ésta pudiera haber sido modificada o abolida, no habría necesitado venir a este mundo para sufrir y morir. El mero hecho de que Cristo haya muerto por sus transgresiones da testimonio del carácter inmutable de la ley del Padre.
Los judíos se habían apartado de Dios, y en sus enseñanzas habían reemplazado la ley divina por sus propias tradiciones. La vida y las enseñanzas de Cristo revelaron clara y definidamente los principios de la ley violada. la hueste celestial comprendió que el objeto de la misión de Jesús consistía en exaltar y honrar la ley del Padre, y en justificar sus requerimientos ( Signs of the Times , del 25 de agosto de 1887).
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