"Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, aun varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo." Efe. 4: 13.
Si los seguidores de Cristo buscaran fervientemente la sabiduría, serían guiados a ricos campos de verdad, totalmente desconocidos para ellos. Quien quiera entregarse tan plenamente a Dios como Moisés, será dirigido por la mano divina tan ciertamente como el gran dirigente de Israel. Puede ser que sea humilde y aparentemente poco dotado; pero si obedece cada intimación de la voluntad de Dios con corazón amante y confiado, sus facultades se purificarán, se ennoblecerán, se dinamizarán, y sus capacidades aumentarán. Al atesorar las lecciones de la sabiduría divina se le confiará una sagrada comisión; se lo capacitará para que su vida honre a Dios y sea una bendición para el mundo. "La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples" (Sal. 119: 130). En la actualidad hay tantos que ignoran la obra del Espíritu Santo en el corazón como los creyentes de Éfeso [Hech. 19: 1-6]; sin embargo, no hay verdad que sea enseñada con más claridad en la Palabra de Dios. Los profetas y los apóstoles se han espaciado en este tema. Cristo mismo llama nuestra atención al desarrollo del reino vegetal para ilustrar la operación de su Espíritu al sostener la vida espiritual. La savia de la vid que asciende desde las raíces se extiende por todas las ramas para producir crecimiento, flores y frutos. Del mismo modo el poder vivificador del Espíritu Santo, que procede del Salvador, invade el alma, renueva los motivos y los afectos e incluso somete los pensamientos a la obediencia de la voluntad de Dios, capacitando al que lo recibe a dar preciosos frutos manifestados en actos santificados.
El autor de esta vida espiritual es invisible, y está más allá del poder de la filosofía humana explicar mediante qué métodos se imparte esta vida y se la sostiene. No obstante, la obra del Espíritu está siempre en armonía con la Palabra escrita. Lo que ocurre en el mundo natural acontece también en el espiritual. El poder divino sostiene a cada momento la vida natural; no obstante, ello no ocurre debido a un milagro directo, sino mediante la aplicación de las bendiciones puestas a nuestro alcance. Del mismo modo la vida espiritual se sostiene mediante el empleo de los medios proporcionados por la Providencia. Si el seguidor de Cristo ha de crecer "hasta. . . un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efe. 4:13) debe alimentarse con el pan de vida y beber el agua de la salvación ( Review and Herald , 31 de agosto de 1911).
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