Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas
las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu
alma.
3 Juan 2.
El propósito de Dios para con sus hijos es que éstos
alcancen la medida de la estatura de hombres y mujeres
perfectos en Cristo Jesús. Para ello, deben hacer un uso
conveniente de todas las facultades de la mente, el alma
y el cuerpo. No pueden derrochar ninguna de sus energías
mentales o físicas.
El asunto de la conservación de la salud tiene una
importancia capital. Al estudiar esta cuestión en el
temor de Dios, aprenderemos que, para nuestro mejor
desarrollo físico y espiritual, conviene que nos
atengamos a un régimen alimentario sencillo. Estudiemos
con paciencia esta cuestión. Para obrar atinadamente en
este sentido, necesitamos conocimientos y
discernimiento. Las leyes de la naturaleza existen, no
para ser resistidas, sino acatadas.
Los que han recibido instrucciones acerca de los
peligros del consumo de carne, té, café y alimentos
demasiado condimentados o malsanos, y quieran hacer con
Dios un pacto con sacrificio, no continuarán
satisfaciendo sus apetitos con alimentos que saben que
son malsanos. Dios pide que los apetitos sean
purificados y que se renuncie a las cosas que no son
buenas. Esta obra debe ser hecha antes que su pueblo
pueda estar delante de él como un pueblo perfecto.
El pueblo remanente de Dios debe ser un pueblo
convertido. La presentación de este mensaje debe tener
por resultado la conversión y santificación de las
almas. El poder del Espíritu de Dios debe hacerse sentir
en este movimiento. Poseemos un mensaje maravilloso y
precioso; tiene una importancia capital para quien lo
recibe, y debe ser proclamado con fuerte voz. Debemos
creer con una fe firme y permanente que este mensaje irá
cobrando siempre mayor importancia hasta la consumación
de los tiempos...
Una solemne responsabilidad descansa sobre los que
tienen conocimiento de la verdad: la de velar para que
sus obras correspondan a su fe, que su vida sea refinada
y santificada, y que sean preparados para la obra que
debe cumplirse rápidamente en el curso de estos últimos
días del mensaje. No tienen ni tiempo ni fuerzas que
gastar en la satisfacción de sus apetitos. Estas
palabras debieran repercutir con fuerza ahora en
nuestros oídos: “Arrepentíos y convertíos, para que sean
borrados vuestros pecados; para que vengan de la
presencia del Señor tiempos de refrigerio”.
Hechos 3:19.—Joyas
de los Testimonios 3:354, 355.
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