Y el mismo Dios de paz os
santifique por completo; y todo vuestro
ser, espíritu, alma y cuerpo, sea
guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo.
1 Tesalonicenses 5:23.
El apóstol nos suplica: “Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias
de Dios, que presentéis vuestros cuerpos
en sacrificio vivo, santo agradable a
Dios, que es vuestro culto racional”...
Cuando practicamos un régimen de
comida y bebida que disminuye el vigor
mental y físico, o somos hechos presa de
hábitos que tienden hacia ese resultado,
deshonramos a Dios, porque le robamos el
servicio que él exige de nosotros. Los
que adquieren y fomentan el apetito
artificial por el tabaco, lo hacen a
expensas de la salud. Están destruyendo
la energía nerviosa, cercenando la
fuerza vital y sacrificando la fortaleza
mental.
Los que profesan ser seguidores de
Cristo y tienen este terrible pecado en
la puerta, no pueden tener una elevada
apreciación de la expiación y una alta
estima de las cosas eternas. Las mentes
que están ofuscadas y parcialmente
paralizadas por sustancias malsanas, son
vencidas fácilmente por la tentación, y
no pueden gozar de la comunión con Dios.
Los que fuman tienen argumentos muy
pobres para disuadir al adicto al
alcohol. Dos tercios de los borrachos de
nuestro país contrajeron el vicio del
licor por causa del hábito de fumar. Los
que aseguran que el tabaco no les
perjudica pueden convencerse de su error
absteniéndose del mismo durante unos
pocos días: los nervios agitados, la
cabeza aturdida y la irritabilidad que
sienten les probarán que esta
complacencia pecaminosa los ha reducido
a la servidumbre. Ha vencido el poder de
su voluntad. Son esclavos de un vicio
terrible en sus resultados...
Dios requiere que su pueblo sea
templado en todas las cosas. El ejemplo
de Cristo, durante su largo ayuno en el
desierto, debería enseñar a sus
seguidores a rechazar a Satanás cuando
viene bajo el disfraz del apetito.
Entonces podrían tener influencia para
reformar a los que han sido extraviados
por la indulgencia, y han perdido el
poder moral para vencer la debilidad y
el pecado que han tomado posesión de
ellos. Así los cristianos pueden
asegurarse su salud y felicidad en una
vida pura y bien ordenada, y con una
mente clara y sin mancha delante de
Dios.—The
Signs of the Times, 6 de enero de 1876.
Ver también
La
Temperancia, 57, 64, 55, 142.
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