viernes, 24 de octubre de 2014

Para tener una mente sana, seguir los principios de la temperancia


Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 5:23.
El apóstol nos suplica: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo agradable a Dios, que es vuestro culto racional”...
Cuando practicamos un régimen de comida y bebida que disminuye el vigor mental y físico, o somos hechos presa de hábitos que tienden hacia ese resultado, deshonramos a Dios, porque le robamos el servicio que él exige de nosotros. Los que adquieren y fomentan el apetito artificial por el tabaco, lo hacen a expensas de la salud. Están destruyendo la energía nerviosa, cercenando la fuerza vital y sacrificando la fortaleza mental.
Los que profesan ser seguidores de Cristo y tienen este terrible pecado en la puerta, no pueden tener una elevada apreciación de la expiación y una alta estima de las cosas eternas. Las mentes que están ofuscadas y parcialmente paralizadas por sustancias malsanas, son vencidas fácilmente por la tentación, y no pueden gozar de la comunión con Dios.
Los que fuman tienen argumentos muy pobres para disuadir al adicto al alcohol. Dos tercios de los borrachos de nuestro país contrajeron el vicio del licor por causa del hábito de fumar. Los que aseguran que el tabaco no les perjudica pueden convencerse de su error absteniéndose del mismo durante unos pocos días: los nervios agitados, la cabeza aturdida y la irritabilidad que sienten les probarán que esta complacencia pecaminosa los ha reducido a la servidumbre. Ha vencido el poder de su voluntad. Son esclavos de un vicio terrible en sus resultados...
Dios requiere que su pueblo sea templado en todas las cosas. El ejemplo de Cristo, durante su largo ayuno en el desierto, debería enseñar a sus seguidores a rechazar a Satanás cuando viene bajo el disfraz del apetito. Entonces podrían tener influencia para reformar a los que han sido extraviados por la indulgencia, y han perdido el poder moral para vencer la debilidad y el pecado que han tomado posesión de ellos. Así los cristianos pueden asegurarse su salud y felicidad en una vida pura y bien ordenada, y con una mente clara y sin mancha delante de Dios.—The Signs of the Times, 6 de enero de 1876. Ver también La Temperancia, 57, 64, 55, 142.

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