sábado, 15 de julio de 2023

En Getsemaní


Mientras el Hijo de Dios se postraba en actitud de oración en el huerto de Getsemaní, a causa de la agonía de su espíritu brotó de sus poros sudor como grandes gotas de sangre. Allí fué donde le rodeó el horror de densas tinieblas. Pesaban sobre él los pecados del mundo. Sufría en lugar del hombre, como transgresor de la ley de su Padre. Allí se produjo la escena de la tentación. La divina luz de Dios desapareció de su vista y él pasó a manos de las potestades de las tinieblas. En su angustia mental cayó postrado sobre las frías piedras. Se percataba del ceño de su Padre. Había desviado la copa del sufrimiento de los labios del hombre culpable, y se proponía beberla él mismo, para dar al hombre en cambio la copa de la bendición. La ira que habría recaído sobre el hombre recayó en ese momento sobre Cristo. Allí fué donde la copa misteriosa tembló en su mano.

Jesús había acudido a menudo a Getsemaní con sus discípulos para meditar y orar. Ellos conocían bien este retiro sagrado. Aun Judas sabía dónde conducir la turba homicida a fin de entregar a Jesús en sus manos. Nunca antes había visitado este lugar el Salvador con un corazón tan apesadumbrado. Lo que rehuía el Hijo de Dios no era el sufrimiento corporal, ni fué esto lo que arrancó de sus labios, en presencia de sus discípulos, estas amargas palabras: “Mi alma está muy triste hasta la muerte.” “Quedaos aquí,—dijo él—y velad conmigo.” Mateo 26:38. Dejando a sus discípulos al alcance de su voz, se fué a corta distancia de ellos y cayó sobre su rostro y oró. Presa su alma de agonía, rogaba: “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso; empero no como yo quiero, sino como tú.” Vers. 39. Le abrumaban los pecados de un mundo perdido. Comprendiendo el enojo de su Padre como consecuencia del pecado, desgarraba su corazón una agonía intensa y hacía brotar de su frente grandes gotas de sangre que, corriendo por sus pálidas mejillas, caían al suelo y humedecían la tierra.

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