miércoles, 22 de mayo de 2024

La lectura y la experiencia religiosa


Antes de aceptar la verdad presente, algunos tenían la costumbre de leer novelas. Al relacionarse con la iglesia, hicieron un esfuerzo para vencer esta costumbre. Colocar delante de estos nuevos miembros de la iglesia lecturas parecidas a las que abandonaron es como ofrecer un vaso de alcohol a un esclavo de la bebida. Al ceder a las tentaciones que se les presentan constantemente, no tardan en perder el gusto por las buenas lecturas; no tienen ya interés en el estudio de la Biblia; su fuerza moral se debilita; el pecado les parece cada vez menos repugnante. Manifiestan una infidelidad creciente y un desagrado siempre mayor por los deberes prácticos de la vida. A medida que la mente se pervierte, se vuelve más dispuesta a leer lo sentimental. Así queda abierta la puerta del alma para que Satanás entre y pueda dominarla por completo.

Otras obras, que no son tan corruptoras, deben, sin embargo, evitarse también si engendran desagrado por el estudio de la Biblia. La Palabra de Dios es el verdadero maná. Repriman todos el deseo de leer lo que no es alimento real para el espíritu. No podemos trabajar en la obra de Dios con una percepción clara de nuestros deberes, mientras nuestro espíritu esté ocupado por esta clase de lecturas. Los que sirven a Dios no debieran gastar tiempo ni dinero en lecturas livianas. ¿Qué es la paja comparada con el grano? No tenemos tiempo para las diversiones frívolas ni para satisfacer nuestras tendencias egoístas. Es tiempo de que nos ocupemos en cosas y pensamientos serios. No podemos contemplar el sacrificio y la abnegación del Redentor del mundo, y seguir hallando placer en las cosas livianas, en las bromas e insensateces. Necesitamos grandemente una experiencia práctica de la vida cristiana. Necesitamos formar nuestro espíritu teniendo en vista la obra de Dios. Nuestra experiencia religiosa queda determinada en gran medida por el carácter de los libros que leemos en nuestros momentos libres. Si amamos las Escrituras, si las escudriñamos cada vez que tengamos ocasión de hacerlo, para enriquecernos con los tesoros que contiene, podemos tener la seguridad de que Jesús nos atrae hacia él.

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