jueves, 30 de mayo de 2024

Las reuniones de junta


Recuerden los que asisten a reuniones de junta que se encuentran con Dios, quien les ha dado su obra. Reúnanse con reverencia y consagración del corazón. Se reúnen para considerar asuntos importantes relacionados con la causa de Dios. En todo detalle sus acciones deben demostrar que desean comprender su voluntad acerca de los planes que se han de trazar para el progreso de su obra. No malgasten un momento en conversación sin importancia; porque los asuntos del Señor deben dirigirse en forma perfecta y eficiente. Si algún miembro de una junta es descuidado e irreverente, recuérdesele que está en la presencia de un Testigo que pesa todas las acciones. Se me ha indicado que las reuniones de junta no agradan siempre a Dios. Algunos han acudido a estas reuniones con un espíritu de crítica, frío, duro, y carente de amor. Los tales pueden hacer mucho daño; porque los acompaña la presencia del maligno que los mantiene del lado erróneo. Con cierta frecuencia su actitud insensible hacia las medidas que están considerando produce perplejidad y demora las decisiones que debieran tomarse. Los siervos de Dios que necesitan descanso mental y sueño han sido angustiados y recargados por estos casos. Con la esperanza de llegar a una decisión, continúan sus reuniones hasta muy avanzada la noche. Pero la vida es demasiado preciosa para ponerla en peligro de esta manera. Dejad al Señor llevar la carga. Esperad que él ajuste las dificultades. Dad descanso al cerebro agobiado. El prolongar las sesiones hasta horas que no son razonables es algo destructor para las facultades físicas, mentales y morales. Si se diese al cerebro los debidos momentos de descanso, los pensamientos serían claros y agudos, y los asuntos se atenderían con presteza. Antes que nuestros hermanos se reúnan en concilio o reuniones de directorio, cada uno debe presentarse ante Dios, escudriñar cuidadosamente su corazón y examinar sus motivos con ojo crítico. Rogad al Señor que él se os revele para que no critiquéis o condenéis imprudentemente las medidas propuestas. Sentados ante mesas abundantemente cargadas, ciertos hombres comen a menudo mucho más de lo que pueden digerir fácilmente. El estómago recargado no puede hacer debidamente su trabajo. El resultado es una sensación desagradable de embotamiento del cerebro y el espíritu no actúa prestamente. Las combinaciones impropias de alimentos crean disturbios; se inicia la fermentación; la sangre queda contaminada y el cerebro se confunde. El hábito de comer en exceso, o de comer demasiadas clases de alimentos en una comida, causa con frecuencia dispepsia. Se ocasiona así un grave daño a los delicados órganos digestivos. El estómago protesta en vano y suplica al cerebro que razone de causa a efecto. La excesiva cantidad de alimento ingerido, o la combinación impropia, hace su obra perjudicial. En vano dan su advertencia las prevenciones desagradables. El sufrimiento es la consecuencia. La enfermedad reemplaza a la salud. Puede ser que algunos pregunten: ¿Qué tiene que ver esto con las reuniones de junta? Muchísimo. Los efectos de comer en forma errónea penetran en las reuniones de concilio y de junta. El cerebro queda afectado por la condición del estómago. Un estómago desordenado produce un estado mental desordenado e incierto. Un estómago enfermo produce una condición enfermiza del cerebro, y con frecuencia le induce a uno a sostener con terquedad opiniones erróneas. La supuesta sabiduría de una persona tal es insensatez para Dios. Presento esto como la causa de la situación creada en muchas reuniones de concilio y de junta en las cuales ciertas cuestiones que requerían estudio cuidadoso recibieron poca consideración, y se tomaron apresuradamente decisiones de la mayor importancia. Con frecuencia, cuando debiera haber habido unanimidad en la afirmativa, ciertas negativas resueltas cambiaron por completo la atmósfera que reinaba en una reunión. Estos resultados se me han presentado vez tras vez. Expongo estos asuntos ahora, porque se me ha indicado que diga a mis hermanos en el ministerio: Por la intemperancia en el comer os incapacitáis para ver claramente la diferencia entre el fuego sagrado y el común. Y por esta intemperancia reveláis también vuestro desprecio hacia las advertencias que el Señor os ha dado. La palabra que os dirige es: “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? el que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios. He aquí que todos vosotros encendéis fuego, y estáis cercados de centellas: andad a la luz de vuestro fuego, y a las centellas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados.” Isaías 50:10, 11. ¿No nos acercaremos al Señor, para que nos salve de toda intemperancia en el comer y beber, de toda pasión profana y concupiscente, de toda perversidad? ¿No nos humillaremos delante de Dios y desecharemos todo lo que corrompe la carne y el espíritu, para que en su temor podamos perfeccionar la santidad del carácter? Que todo aquel que debe sentarse en concilio y reunión de junta escriba en su corazón las palabras: Trabajo para este tiempo y para la eternidad; soy responsable ante Dios por los motivos que me impulsan a obrar. Sea éste su lema. Sea su oración la del salmista: “Pon, oh Jehová, guarda a mi boca: guarda la puerta de mis labios. No dejes se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías.” Salmos 141:3, 4. En las consultas para hacer progresar la obra, ningún hombre ha de ser la fuerza dominante, la voz del conjunto. Los métodos y los planes propuestos deben considerarse cuidadosamente, a fin de que todos los hermanos puedan pesar sus méritos relativos y decidir cuál debe seguirse. Al estudiar los campos a los cuales parece llamarnos el deber, es bueno tener en cuenta las dificultades que se encontrarán en ellos. Hasta donde se pueda, las juntas directivas deben hacer conocer sus planes a los hermanos en general a fin de que el juicio de la iglesia pueda sostener sus esfuerzos. Muchos miembros de la iglesia son prudentes, y otros tienen excelentes cualidades mentales. Debe despertarse su interés en el progreso de la causa. A muchos se los podrá inducir a tener una percepción más profunda de la obra de Dios y a buscar la sabiduría de lo alto para extender el reino de Cristo mediante la salvación de las almas que perecen por falta de la Palabra de vida. Hombres y mujeres de espíritu noble han de ser añadidos todavía al número de aquellos de quienes se dice: “No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros; ... para que vayáis y llevéis fruto.” Juan 15:16.

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Debéis acoger al Señor en cada uno de vuestros concilios. Si os percatáis de su presencia en vuestras asambleas, consideraréis cada asunto con conciencia y oración. Reprimiréis todo motivo que no sea regido por los buenos principios; y la integridad caracterizará todas vuestras decisiones, tanto en los asuntos pequeños como en los grandes. Buscad en primer lugar el consejo de Dios; porque es necesario para poder realizar debidamente las consultas en conjunto.

Necesitáis velar, no sea que las atareadas actividades de la vida os induzcan a descuidar la oración cuando más necesitáis la fuerza que ella os daría. Existe el peligro de que la piedad sea desarraigada del alma por el exceso de devoción a los negocios. Es un gran mal defraudar al alma de la fuerza y la sabiduría celestial que aguardan que las pidáis. Necesitáis la iluminación que únicamente Dios puede dar. Nadie es idóneo para atender sus negocios a menos que tenga esta sabiduría.

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