Recuerden
los que asisten a reuniones de junta que se encuentran con Dios, quien
les ha dado su obra. Reúnanse con reverencia y consagración del corazón.
Se reúnen para considerar asuntos importantes relacionados con la causa
de Dios. En todo detalle sus acciones deben demostrar que desean
comprender su voluntad acerca de los planes que se han de trazar para el
progreso de su obra. No malgasten un momento en conversación sin
importancia; porque los asuntos del Señor deben dirigirse en forma
perfecta y eficiente. Si algún miembro de una junta es descuidado e
irreverente, recuérdesele que está en la presencia de un Testigo que
pesa todas las acciones.
Se
me ha indicado que las reuniones de junta no agradan siempre a Dios.
Algunos han acudido a estas reuniones con un espíritu de crítica, frío,
duro, y carente de amor. Los tales pueden hacer mucho daño; porque los
acompaña la presencia del maligno que los mantiene del lado erróneo. Con
cierta frecuencia su actitud insensible hacia las medidas que están
considerando produce perplejidad y demora las decisiones que debieran
tomarse. Los siervos de Dios que necesitan descanso mental y sueño han
sido angustiados y recargados por estos casos. Con la esperanza de
llegar a una decisión, continúan sus reuniones hasta muy avanzada la
noche. Pero la vida es demasiado preciosa para ponerla en peligro de
esta manera. Dejad al Señor llevar la carga. Esperad que él ajuste las
dificultades. Dad descanso al cerebro agobiado. El prolongar las
sesiones hasta horas que no son razonables es algo destructor para las
facultades físicas, mentales y morales. Si se diese al cerebro los
debidos momentos de descanso, los pensamientos serían claros y agudos, y
los asuntos se atenderían con presteza.
Antes
que nuestros hermanos se reúnan en concilio o reuniones de directorio,
cada uno debe presentarse ante Dios, escudriñar cuidadosamente su
corazón y examinar sus motivos con ojo crítico. Rogad al Señor que él se
os revele para que no critiquéis o condenéis imprudentemente las
medidas propuestas.
Sentados
ante mesas abundantemente cargadas, ciertos hombres comen a menudo
mucho más de lo que pueden digerir fácilmente. El estómago recargado no
puede hacer debidamente su trabajo. El resultado es una sensación
desagradable de embotamiento del cerebro y el espíritu no actúa
prestamente. Las combinaciones impropias de alimentos crean disturbios;
se inicia la fermentación; la sangre queda contaminada y el cerebro se
confunde.
El
hábito de comer en exceso, o de comer demasiadas clases de alimentos en
una comida, causa con frecuencia dispepsia. Se ocasiona así un grave
daño a los delicados órganos digestivos. El estómago protesta en vano y
suplica al cerebro que razone de causa a efecto. La excesiva cantidad de
alimento ingerido, o la combinación impropia, hace su obra perjudicial.
En vano dan su advertencia las prevenciones desagradables. El
sufrimiento es la consecuencia. La enfermedad reemplaza a la salud.
Puede
ser que algunos pregunten: ¿Qué tiene que ver esto con las reuniones de
junta? Muchísimo. Los efectos de comer en forma errónea penetran en las
reuniones de concilio y de junta. El cerebro queda afectado por la
condición del estómago. Un estómago desordenado produce un estado mental
desordenado e incierto. Un estómago enfermo produce una condición
enfermiza del cerebro, y con frecuencia le induce a uno a sostener con
terquedad opiniones erróneas. La supuesta sabiduría de una persona tal
es insensatez para Dios.
Presento
esto como la causa de la situación creada en muchas reuniones de
concilio y de junta en las cuales ciertas cuestiones que requerían
estudio cuidadoso recibieron poca
consideración, y se tomaron apresuradamente decisiones de la mayor
importancia. Con frecuencia, cuando debiera haber habido unanimidad en
la afirmativa, ciertas negativas resueltas cambiaron por completo la
atmósfera que reinaba en una reunión. Estos resultados se me han
presentado vez tras vez.
Expongo
estos asuntos ahora, porque se me ha indicado que diga a mis hermanos
en el ministerio: Por la intemperancia en el comer os incapacitáis para
ver claramente la diferencia entre el fuego sagrado y el común. Y por
esta intemperancia reveláis también vuestro desprecio hacia las
advertencias que el Señor os ha dado. La palabra que os dirige es:
“¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo?
el que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de
Jehová, y apóyese en su Dios. He aquí que todos vosotros encendéis
fuego, y estáis cercados de centellas: andad a la luz de vuestro fuego, y
a las centellas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor
seréis sepultados.” Isaías 50:10, 11.
¿No
nos acercaremos al Señor, para que nos salve de toda intemperancia en
el comer y beber, de toda pasión profana y concupiscente, de toda
perversidad? ¿No nos humillaremos delante de Dios y desecharemos todo lo
que corrompe la carne y el espíritu, para que en su temor podamos
perfeccionar la santidad del carácter?
Que
todo aquel que debe sentarse en concilio y reunión de junta escriba en
su corazón las palabras: Trabajo para este tiempo y para la eternidad;
soy responsable ante Dios por los motivos que me impulsan a obrar. Sea
éste su lema. Sea su oración la del salmista: “Pon, oh Jehová, guarda a
mi boca: guarda la puerta de mis labios. No dejes se incline mi corazón a
cosa mala, a hacer obras impías.” Salmos 141:3, 4.
En
las consultas para hacer progresar la obra, ningún hombre ha de ser la
fuerza dominante, la voz del conjunto. Los métodos y los planes
propuestos deben considerarse cuidadosamente, a fin de que todos los
hermanos puedan pesar sus
méritos relativos y decidir cuál debe seguirse. Al estudiar los campos a
los cuales parece llamarnos el deber, es bueno tener en cuenta las
dificultades que se encontrarán en ellos.
Hasta
donde se pueda, las juntas directivas deben hacer conocer sus planes a
los hermanos en general a fin de que el juicio de la iglesia pueda
sostener sus esfuerzos. Muchos miembros de la iglesia son prudentes, y
otros tienen excelentes cualidades mentales. Debe despertarse su interés
en el progreso de la causa. A muchos se los podrá inducir a tener una
percepción más profunda de la obra de Dios y a buscar la sabiduría de lo
alto para extender el reino de Cristo mediante la salvación de las
almas que perecen por falta de la Palabra de vida. Hombres y mujeres de
espíritu noble han de ser añadidos todavía al número de aquellos de
quienes se dice: “No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a
vosotros; ... para que vayáis y llevéis fruto.” Juan 15:16.
*****
Debéis
acoger al Señor en cada uno de vuestros concilios. Si os percatáis de
su presencia en vuestras asambleas, consideraréis cada asunto con
conciencia y oración. Reprimiréis todo motivo que no sea regido por los
buenos principios; y la integridad caracterizará todas vuestras
decisiones, tanto en los asuntos pequeños como en los grandes. Buscad en
primer lugar el consejo de Dios; porque es necesario para poder
realizar debidamente las consultas en conjunto.
Necesitáis
velar, no sea que las atareadas actividades de la vida os induzcan a
descuidar la oración cuando más necesitáis la fuerza que ella os daría.
Existe el peligro de que la piedad sea desarraigada del alma por el
exceso de devoción a los negocios. Es un gran mal defraudar al alma de
la fuerza y la sabiduría celestial que aguardan que las pidáis.
Necesitáis la iluminación que únicamente Dios puede dar. Nadie es idóneo
para atender sus negocios a menos que tenga esta sabiduría.
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