viernes, 31 de mayo de 2024

Disciplina eclesiástica


Al tratar con los miembros de la iglesia que yerran, el pueblo de Dios debe seguir cuidadosamente las instrucciones dadas por el Salvador en el capítulo 18 de Mateo. Los seres humanos son propiedad de Cristo, comprados por él a un precio infinito, y vinculados con él por el amor que él y su Padre han manifestado hacia ellos. ¡Cuán cuidadosos debemos ser, pues, en nuestro trato unos con otros! Los hombres no tienen derecho a sospechar el mal con respecto a sus semejantes. Los miembros de la iglesia no tienen derecho a seguir sus propios impulsos e inclinaciones al tratar con miembros que han errado. No deben siquiera expresar sus prejuicios acerca de los que erraron; porque así ponen en otras mentes la levadura del mal. Los informes desfavorables de un hermano o hermana de la iglesia se comunican de unos a otros miembros. Se cometen errores e injusticias porque algunos no quieren seguir las instrucciones dadas por el Señor Jesús. “Si tu hermano pecare contra ti—declaró Cristo,—ve, y redargúyele entre ti y él solo.” Mateo 18:15. No habléis del mal a otro. Si este mal es contado a una persona, luego a otra, y aun a otra, el informe crece continuamente, y el daño aumenta hasta que toda la iglesia tiene que sufrir. Arréglese el asunto “entre ti y él solo.” Tal es el plan de Dios. “No salgas a pleito presto, no sea que no sepas qué hacer al fin, después que tu prójimo te haya dejado confuso. Trata tu causa con tu compañero y no descubras el secreto a otro.” Proverbios 25:8, 9. No toleréis el pecado en vuestro hermano; pero no lo expongáis ni aumentéis la dificultad haciendo que la reprensión parezca como una venganza. Corregidle de la manera esbozada en la Palabra de Dios. No permitáis que el resentimiento madure en malicia. No dejéis que la herida se infecte y reviente en palabras envenenadas que manchen la mente de quienes las oigan. No permitáis que los pensamientos amargos continúen embargando vuestro ánimo y el suyo. Id a vuestro hermano, y con humildad y sinceridad habladle del asunto. Cualquiera que sea el carácter de la ofensa, no cambia el plan que Dios trazó para el arreglo de las desinteligencias e injurias personales. El hablar a solas y con el espíritu de Cristo a aquel que faltó eliminará la consiguiente dificultad. Id a aquel que erró, con el corazón lleno del amor y la simpatía de Cristo, y tratad de arreglar el asunto. Razonad con él con calma y tranquilidad. No dejéis escapar de vuestros labios palabras airadas. Hablad de una manera que apele a su mejor criterio. Recordad las palabras: “Sepa que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados.” Santiago 5:20. Llevad a vuestro hermano el remedio que curará la enfermedad del desafecto. Haced vuestra parte para ayudarle. Por amor a la paz y unidad de la iglesia, considerad este proceder tanto un privilegio como un deber. Si él os oye, le habréis ganado como amigo.

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