lunes, 3 de junio de 2024

La gran comisión


Es propósito de Dios que su pueblo sea un pueblo santificado, purificado y santo, que comunique luz a cuantos le rodean. Es su propósito que, al ejemplificar la verdad en su vida, le alabe en el mundo. La gracia de Cristo basta para realizar esto. Pero deben recordar los hijos de Dios que únicamente cuando ellos crean en los principios del Evangelio y obren de acuerdo con ellos, puede él hacer de ellos una alabanza en la tierra. Únicamente en la medida en que usen las capacidades que Dios les ha dado para servirle, disfrutarán de la plenitud y el poder de la promesa en la cual la iglesia ha sido llamada a confiar. Si los que profesan creer en Cristo como su Salvador alcanzan tan sólo la baja norma de la medición mundanal, la iglesia no dará la rica mies que Dios espera. “Hallada falta,” será escrito en su registro. La comisión que Cristo dió a sus discípulos precisamente antes de su ascensión es la magna carta misionera de su reino. Al darla a los discípulos el Salvador los hizo embajadores suyos y les dió sus credenciales. Si, más tarde, se les lanzaba un desafío y se les preguntaba con qué autoridad ellos, pescadores sin letras, salían como maestros y sanadores, podrían contestar: “Aquel a quien los judíos crucificaron, pero que resucitó de los muertos, nos designó para el ministerio de su Palabra, declarando: ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.’” Cristo dió esta comisión a sus discípulos como sus ministros principales, los arquitectos que habían de echar el fundamento de su iglesia. Les impuso a ellos, y a todos los que habrían de sucederles como sus ministros, el encargo de comunicar este Evangelio de generación en generación, de era en era. Los discípulos no habían de aguardar que la gente acudiese a ellos. Ellos debían ir a la gente y buscar a los pecadores como el pastor busca a la oveja perdida. Cristo les presentó el mundo como su campo de labor. Debían ir “por todo el mundo” y, predicar “el evangelio a toda criatura.” Marcos 16:15. Habían de predicar acerca del Salvador, acerca de su vida de amor abnegado, su muerte ignominiosa, su amor sin parangón e inmutable. Su nombre había de ser su consigna, su vínculo de unión. En su nombre habían de subyugar las fortalezas del pecado. La fe en su nombre había de señalarlos como cristianos.

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