lunes, 2 de septiembre de 2024

El ministerio de las publicaciones


Cuando seguimos los planes del Señor, colaboramos con Dios. Cualquiera que sea nuestro cargo—presidente de asociación, predicador, maestro, alumno, o simplemente miembro de iglesia,—el Señor nos tiene por responsables de que aprovechemos nuestras oportunidades de dar la luz a quienes necesitan la verdad presente. Uno de los mejores medios que él nos ha confiado lo constituyen las publicaciones. En nuestras escuelas y sanatorios, en nuestras iglesias y más particularmente en nuestros congresos, debemos aprender a hacer uso juicioso de este precioso medio. Allí, obreros escogidos deben enseñar con paciencia a nuestro pueblo a acercarse de un modo amable a los que no son creyentes y a colocar en sus manos las publicaciones que con poder y claridad presentan la verdad para nuestra época.

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Otra visión de la obra de publicación. Más tarde, nos hallábamos en congresos y grandes asambleas de nuestras iglesias, donde los predicadores presentaban con toda claridad los peligros del tiempo actual, y mostraban cuán necesario es que nos apresuremos a distribuir nuestras publicaciones. En respuesta a esas súplicas, los hermanos se adelantaron y compraron gran cantidad de libros. Algunos se llevaron unos pocos solamente, otros, muchos más. La mayoría los pagaron al contado, y algunos prometieron pagarlos más tarde.

Muchos libros fueron comprados, aun por personas que no pertenecían a nuestra denominación, en virtud del precio bajo y de los descuentos que se daban sobre algunos libros. La gente decía: “Debemos creer que estos libros contienen un mensaje para nosotros, siendo que estas personas hacen sacrificios para proporcionarlos; vamos a comprarlos para nosotros y nuestros amigos.” Pero algunos de los nuestros estaban descontentos. Uno decía: “Debemos poner término a eso, de otra manera nuestros negocios van a quedar comprometidos.” Cuando uno de los hermanos estaba saliendo con una pila de libros, un colportor lo detuvo por el brazo y le dijo: “Hermano, ¿qué piensa Vd. hacer con todos esos libros?” Entonces oí la voz de nuestro Consejero: “No se lo impidáis—dijo—esta obra tiene que ser hecha. El fin se acerca. Demasiado tiempo se ha perdido ya; estos libros ya debieran haber sido repartidos. Vendedlos por todas partes. Esparcidlos como las hojas caen en el otoño. Nadie debe impedir esta obra. Hay almas que perecen lejos del Salvador. Sea anunciada su próxima aparición sobre las nubes de los cielos.” Algunos obreros persistían en su trabajo desalentador. Uno dijo, llorando: “Se hace un gran daño a nuestra obra de publicación negociando los libros a una precio tan bajo, sin contar que se nos priva de una parte de las ganancias que sirven para el sostén de nuestra obra.” La voz repuso: “No experimentaréis pérdida alguna. Esos obreros, que se llevan los libros a precios reducidos, no podrían venderlos si no se consintiese en este supuesto sacrificio. Muchos de los que los compran para sus amigos y para ellos mismos, no pensarían en hacerlo si no fuese por esto.”

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