domingo, 22 de septiembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

El templo sagrado del cuerpo

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. 1 Corintios 6:19, 20.

Esa perfección de carácter que el Señor requiere es el adorno de todo el ser como un templo para la morada del Espíritu Santo. Dios no aceptará nada menos que el servicio de todo el organismo humano. No basta poner en acción algunas partes de la maquinaria viviente. Todas las partes deben trabajar en armonía perfecta, o el servicio será deficiente. Así es como el hombre es calificado para cooperar con Dios representando a Cristo ante el mundo. Así Dios desea preparar a un pueblo para estar delante de él puro y santo, para que pueda introducirlo en la sociedad con los ángeles celestiales.—The Review and Herald, 12 de noviembre de 1901.

Se nos ha confiado el mensaje más solemne dado alguna vez al mundo, y el objeto que debe mantenerse clara y distintamente ante nuestras mentes es la gloria de Dios. Cuidemos de no hacer nada que debilite nuestra salud física, mental o espiritual, porque Dios no acepta un sacrificio manchado, enfermo y corrompido. Debemos ejercer cuidado en el comer, en el beber y en el trabajar, para no rebajar nuestra eficiencia...

Es nuestro deber adiestrar y disciplinar el cuerpo a fin de rendir al Maestro el servicio más elevado posible. No debemos dejarnos controlar por las inclinaciones. No debemos dejarnos dominar por el apetito, ni consentir en el uso de aquello que no es para nuestro bien, simplemente porque halaga el gusto; tampoco hemos de procurar vivir según un plan de inanición, con la idea de que así nos haremos espirituales, y de que Dios será glorificado. Debemos emplear la inteligencia que Dios nos ha dado a fin de perfeccionar nuestro cuerpo, alma y espíritu para que podamos tener un carácter simétrico, tanto como una mente equilibrada, y hacer una obra perfecta para el Maestro.—Manuscrito 60, 1894, pp. 6.

El sagrado templo de nuestro cuerpo debe mantenerse puro y sin contaminación, para que el Espíritu Santo de Dios more en él.—Carta 103, 1897, pp. 5.

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