Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis
razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón;
porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo.
Proverbios 4:20-22.
El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un
régimen alimentario conveniente, el agua y la confianza en el poder
divino son los verdaderos remedios. Todos debieran conocer los agentes
que la naturaleza provee como remedios, y saber aplicarlos. Es de suma
importancia darse cuenta exacta de los principios implicados en el
tratamiento de los enfermos, y recibir una instrucción práctica que le
habilite a uno para hacer un uso correcto de estos conocimientos.
El empleo de los remedios naturales requiere más cuidados y esfuerzos
de lo que muchos quieren prestar. El proceso natural de curación y
reconstitución es gradual, y les parece lento a los impacientes. El
renunciar a la satisfacción dañina de los apetitos impone sacrificios.
Pero al fin se verá que, si no se le pone trabas, la naturaleza
desempeña su obra con acierto, y los que perseveren en la obediencia a
sus leyes encontrarán recompensa en la salud del cuerpo y del espíritu.
Muy escasa atención se suele dar a la conservación de la salud. Es
mucho mejor prevenir la enfermedad que saber tratarla una vez contraída.
Es deber de toda persona, para su propio bien y el de la humanidad,
conocer las leyes de la vida y obedecerlas con toda conciencia. Todos
necesitan conocer el organismo más maravilloso: el cuerpo humano.
Deberían comprender las funciones de los diversos órganos y cómo éstos
dependen unos de otros para que todos actúen con salud. Deberían
estudiar la influencia de la mente en el cuerpo, la del cuerpo en la
mente, y las leyes que los rigen.
No se nos recordará demasiado que la salud no depende del azar. Es el
resultado de la obediencia a la ley. Así lo reconocen quienes participan
en deportes atléticos y pruebas de fuerza, pues se preparan con todo
esmero y se someten a un adiestramiento cabal y a una disciplina severa.
Todo hábito físico queda regularizado con el mayor cuidado. Bien saben
que el descuido, el exceso o la indolencia, que debilitan o paralizan
algún órgano o alguna función del cuerpo, provocarían la derrota...
Pero si tenemos en cuenta los resultados contingentes, nada de
aquello con que tenemos que ver es cosa baladí. Cada acción echa su peso
en la balanza que determina la victoria o la derrota en la vida. La
Escritura nos manda que corramos de tal manera que obtengamos el
premio.—El Ministerio de Curación,
89-91.
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