Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de
eterna salvación para todos los que le obedecen. Hebreos 5:8, 9.
Cristo vino a nuestro mundo y vivió en un hogar de aldeanos.
Vistió las mejores ropas que sus padres pudieron proveerle, pero
fueron ropas de campesino. Anduvo por ásperos senderos y escaló
las pronunciadas laderas de las colinas y montañas. Cuando
caminaba por las calles estaba aparentemente solo, porque los
ojos humanos no podían contemplar a sus asistentes celestiales.
Aprendió el oficio de carpintero, para poder señalar como
honorable y ennoblecedora toda labor honesta realizada por los
que trabajan con la mira puesta en la gloria de Dios...
Cristo, el Señor de toda la tierra, fue un humilde artesano. No
fue comprendido, y se lo trató con desdén y desprecio. Pero
había recibido su comisión y autoridad del poder más elevado,
del Soberano del cielo. Los ángeles fueron sus servidores,
porque Cristo estaba ocupado en los negocios de su Padre tanto
cuando trabajaba junto al banco de carpintero como cuando
realizaba milagros para las multitudes. Pero ocultó el secreto
de la vista del mundo. No antepuso títulos elevados a su nombre
a fin de que su posición fuera comprendida, sino que vivió la
Ley real de Dios. Su obra comenzó al ennoblecer el humilde
oficio del artesano que debía esforzarse por lograr su pan
cotidiano... Si la vida de Cristo hubiera transcurrido entre los
grandes y los ricos, el mundo de los que debían trabajar
duramente se habría visto privado de la inspiración que el Señor
quería que tuviera.
La vida de Cristo fue mansa y humilde. Eligió esa vida a fin de
poder ayudar a la familia humana. No se colocó sobre un trono
como el Comandante de toda la tierra. Dejó a un lado su manto
real, se quitó la corona regia para ser uno de los componentes
de la familia humana. No tomó sobre sí la naturaleza de los
ángeles. Su obra no fue el oficio sacerdotal de acuerdo con las
designaciones de los hombres. Era imposible para éstos
comprender su exaltada posición a menos que el Espíritu Santo la
hiciera conocer. En nuestro favor revistió su divinidad con
humanidad y descendió del trono real. Renunció a su posición de
Comandante de las cortes celestiales, y por nosotros se hizo
pobre a fin de que por su pobreza fuésemos enriquecidos. De esta
manera, ocultó su gloria bajo la apariencia de la humanidad para
poder tocar a la humanidad con su poder divino y
transformador...
El Señor Jesús vino al mundo para vivir la vida que cada ser
humano sobre la tierra debería interesarse en vivir: una vida de
humilde obediencia. Aquellos a quienes Cristo ha dado un tiempo
de prueba para formar caracteres para las mansiones que ha ido a
preparar, deben imitar el ejemplo de su vida.—Manuscrito 24, del
22 de febrero de 1898, “La vida de Cristo sobre la
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