Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la
siega yo diré a los segadores: recoged primero la cizaña, y atadla en manojos
para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero. Mateo 13:30.
La palabra de Dios nos enseña que los que sigan las pisadas del hombre del
Calvario en estos últimos días tendrán que avanzar bajo las mayores
dificultades, porque Satanás ha descendido con gran poder, sabiendo que tiene
poco tiempo para actuar...
Desde la caída de Satanás ha existido enemistad entre la verdad y la falsedad.
El ser que ahora se dedica en forma tan constante a sembrar la semilla del
error, ocupó una vez una de las posiciones más exaltadas en las cortes
celestiales. Sin embargo, no se sintió satisfecho con su posición. Se propuso
alcanzar mayor exaltación y se empeñó en llevar adelante sus proyectos
ambiciosos, hasta que hubo guerra en el cielo.
Satanás y aquellos a quienes había engañado y que lucharon con él, fueron
expulsados del cielo, pero la guerra continuó sobre la tierra. En todas las
edades Satanás ha obrado por medio de hombres que se apartaron de la fe dando
oído a espíritu seductores, y que enseñaban doctrinas engañosas y principios de
origen satánico. Cristo enseñó a sus discípulos cómo enfrentar la obra engañosa
de Satanás y sus seguidores. El Salvador presentó bajo una variedad de símbolos
la obra de extender su reino de verdad y justicia por todo el mundo. Mediante la
enseñanza de la verdad es como debemos derrotar los propósitos de Satanás.
Cristo ilustró esta tarea en la parábola del sembrador...
La enseñanza de esta parábola ilustra la forma como Dios trata con los hombres y
los ángeles. Satanás es un engañador. Cuando pecó en el cielo, ni siquiera los
ángeles leales alcanzaron a discernir plenamente su carácter. Esta es la razón
por la cual Dios no lo destruyó de inmediato. Si lo hubiera hecho, los ángeles
santos no habrían comprendido la justicia y el amor de Dios. Una duda acerca de
la bondad de Dios habría sido como semilla del mal que habría producido el
amargo fruto del pecado y la miseria. Por lo tanto no se destruyó al autor del
pecado, a fin de que desarrollara plenamente su carácter.
A través de largas edades Dios ha tenido que soportar la angustia de contemplar
la obra del mal. Antes de permitir que alguien pudiera ser engañado por las
falsas manifestaciones del malvado, otorgó el Don infinito del Calvario, porque
las malezas no pueden ser arrancadas sin peligro de desarraigar el precioso
grano. ¿No debiéramos nosotros ser tan tolerantes hacia nuestros prójimos como
el Señor del cielo lo es hacia Satanás?
La enseñanza que encierra esta parábola de Cristo no es de condenación y juicio
hacia otros, sino de humildad y desconfianza del yo.—Carta 86, del 4 de marzo de
1907, dirigida “A nuestras iglesias en las grandes ciudades”.*
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