Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea.
Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba
lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. 2 Reyes
6:17.
¡Cuán pocos consideran la obra de los agentes invisibles! Los hombres desempeñan
su parte en favor de Dios o de Satanás; del Príncipe de la luz o del príncipe de
las tinieblas. Todo el Cielo está intensamente interesado en los seres humanos
que parecen estar llenos de actividad, pero que no dedican pensamiento alguno a
las cosas invisibles. Sus pensamientos no se centran en la Palabra de Dios y en
sus instrucciones. Si se compenetraran de las Sagradas Escrituras, se
asombrarían al comprender que hay agentes invisibles, tanto buenos como malos,
que observan cada palabra y acción. Están presentes en toda reunión donde se
realizan transacciones comerciales, en concilios y en reuniones dedicadas a la
adoración a Dios. Hay más oyentes en esas asambleas públicas que los que pueden
ser vistos con los ojos, y todo hombre tiene una obra para hacer. Estos
instrumentos invisibles colaboran con Dios o con Satanás, y actúan más poderosa
y constantemente de lo que lo hace el hombre. A veces los seres celestiales
descorren el velo que oculta lo invisible, a fin de que apartemos nuestras
mentes del apresuramiento y comprendamos que hay testigos que observan todo lo
que hacemos y decimos cuando estamos ocupados en los negocios o cuando pensamos
que estamos solos.
El Señor aguzará nuestras percepciones a fin de que comprendamos que estos seres
poderosos que visitan nuestro mundo desempeñan una parte activa en toda tarea
que nosotros consideramos como nuestra. Esos seres son ángeles ministradores que
frecuentemente se presentan bajo la forma de seres humanos. Como si fueran
extraños, conversan con quienes están ocupados en la obra de Dios. En lugares
solitarios han sido los compañeros de un viajero en peligro. En barcos sacudidos
por la tempestad, ángeles bajo la forma humana han dirigido palabras de ánimo
para disipar el temor e inspirar esperanza en la hora de peligro, y los
pasajeros pensaron que se trataba de alguno de ellos con quien no habían hablado
antes.
Muchos, bajo diferentes circunstancias, han escuchado las voces de los
habitantes de otros mundos que vinieron a desempeñar una parte en esta vida.
Estos seres han hablado en asambleas; han realizado obras que hubiera sido
imposible que las hicieran instrumentos humanos. Vez tras vez se desempeñaron
como generales de ejércitos. Fueron enviados para eliminar pestilencias.
Comieron en las mesas de familias humildes. A menudo se presentaron como
viajeros cansados que necesitaban abrigo para pasar la noche.
Necesitamos comprender mejor de lo que lo hemos hecho la obra de estos
visitantes angelicales. Sería muy bueno que aquellos que pretenden ser hijos de
Dios recordaran que las palabras que hablan están al alcance del oído de seres
celestiales, quienes también contemplan las obras que hacen.—Manuscrito 39, del
11 de marzo de 1898, “El día del ajuste de cuentas”.*
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