Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no
se apartará de él. Proverbios 22:6.
Las influencias educativas de la vida hogareña constituyen un
poder decisivo para el bien o para el mal. Estas influencias en
muchos aspectos son silenciosas y graduales, pero si se las
ejerce en favor de lo correcto, son de gran valor. Cristo vino a
este mundo para ser nuestro modelo, para mostrar por precepto y
por ejemplo los caracteres que deben tener todos los que
componen la familia de Dios. Vino a bendecir y a salvar a la
raza humana, y a elevar a los hombres y las mujeres para que
sean hijos e hijas de Dios. Por esto se humilló a sí mismo
descendiendo paso a paso desde la más elevada hasta la más
humilde de las posiciones.
En los concilios del cielo se decidió que la madre del Redentor
debía ser una virgen pura y piadosa, aunque pobre en lo que a
riquezas terrenales concernía. Se eligió el despreciado
villorrio de Nazaret para que fuera su hogar. José, su padre
terrenal, era un carpintero, y quien dispuso que cada joven en
Israel aprendiera un oficio, El mismo aprendió el oficio de
carpintero. Nadie debe avergonzarse de una pobreza honesta.
Durante treinta años Cristo estuvo sometido a sus padres, y
mediante el trabajo de sus manos ayudó a sustentar a su familia.
De esta manera enseñó que el trabajo no es degradante sino que
constituye un honor, y que es deber de todo hombre ocuparse en
el trabajo útil y honrado...
Es una tarea solemne y seria cuidar de aquellos por quienes
Cristo murió, enseñar a los hijos a no malgastar sus afectos en
las cosas de este mundo, a no disipar tiempo y esfuerzo en lo
que es menos que nada. Las madres deben ser alumnas de la
escuela de Cristo a fin de educar correctamente a sus hijos. La
madre cristiana dedicará mucho tiempo a la oración, porque es en
el hogar donde los hijos deben aprender a ser leales al gobierno
de Dios. Han de ser enseñados con paciencia y longanimidad. Las
burlas y los reproches apasionados nunca producen reforma.
Cometen un grave pecado los padres y madres que, mediante su
propio ejemplo, enseñan a sus hijos a dar rienda suelta a su mal
genio, cediendo ellos mismos a sus arranques temperamentales; y
los educan con métodos equivocados. Se ha de disciplinar a los
hijos en forma tal que los capacite para ocupar su lugar en la
familia de los cielos...
Las madres que han criado sabiamente a sus hijos sienten el peso
de la responsabilidad no sólo por sus propios hijos sino también
por los hijos de los vecinos. Los sentimientos de simpatía de
una verdadera madre se manifiestan en favor de todos aquellos
con quienes entra en contacto. Con esfuerzo decidido trata de
hacer volver a Cristo a las almas extraviadas. El poder de Jesús
la capacita para hacer mucho. Aquellos que no tienen hijos
tienen también responsabilidades. En la mayoría de los casos
pueden recibir en sus hogares a niños que han quedado huérfanos
y sin hogar. A estos niños pueden educarlos por amor de Cristo
para que practiquen las virtudes que son tan necesarias en
nuestro mundo.—Manuscrito 34, del 21 de marzo de 1899, “La vida
de hogar”.*
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