sábado, 17 de junio de 2023

La oración de David


Vi a David suplicando al Señor que no le abandonase cuando fuese viejo; vi qué causa le arrancaba esta ferviente oración. Veía él que los más de los ancianos que le rodeaban eran desgraciados, y que las características desfavorables de su carácter se intensificaban especialmente con la edad. Si por naturaleza las personas eran avarientas y codiciosas, lo eran hasta un punto muy desagradable en su vejez. Si eran celosas, inquietas e impacientes, lo eran especialmente en la edad provecta. David sentía gran angustia al ver que los reyes y los nobles que parecían haber temido a Dios mientras gozaban de la fuerza de su virilidad se ponían celosos de sus mejores amigos y parientes cuando llegaban a viejos. Temían de continuo que fuesen motivos egoístas los que inducían a sus amigos a manifestar interés por ellos. Escuchaban las sugestiones y los consejos engañosos de los extraños respecto a aquellos en quienes debieran haber confiado. Sus celos irrefrenados ardían a veces como llamas, porque no todos concordaban con su juicio decrépito. Su avaricia era horrible. A menudo pensaban que sus propios hijos y deudos deseaban que muriesen para reemplazarlos, poseer sus riquezas y recibir los homenajes que se les concedían. Y algunos estaban de tal manera dominados por sus sentimientos celosos y codiciosos que llegaban hasta a matar a sus propios hijos. David notaba que aunque había sido recta la vida de algunos mientras disfrutaban de la fuerza de la virilidad, al sobrevenirles la vejez parecían perder el dominio propio. Satanás intervenía y guiaba su mente, volviéndolos inquietos y descontentos. Veía que muchos de los ancianos parecían abandonados de Dios y se exponían al ridículo y al oprobio de los enemigos de él. David quedó profundamente conmovido y se angustiaba al pensar en su propia vejez. Temía que Dios le abandonase y que, al ser tan desdichado como otras personas ancianas cuya conducta había notado, quedara expuesto al oprobio de los enemigos del Señor. Sintiendo esta preocupación, rogó fervientemente: “No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares. ... Oh Dios, enseñásteme desde mi mocedad; y hasta ahora he manifestado tus maravillas. Y aun hasta la vejez y las canas; oh Dios, no me desampares, hasta que denuncie tu brazo a la posteridad, tus valentías a todos los que han de venir.” Salmos 71:9, 17, 18. David sentía la necesidad de precaverse contra los males que acompañan a la senectud. Sucede con frecuencia que las personas ancianas no están dispuestas a comprender ni reconocer que su fuerza mental está decayendo. Acortan sus días asumiendo preocupaciones que corresponden a sus hijos. Satanás obra a menudo sobre su imaginación y las induce a sentir una ansiedad continua respecto de su dinero. Llega a ser su ídolo y lo guardan con cuidado avariento. Hasta se privarán a veces de muchas de las comodidades de la vida y trabajarán más de lo que les permiten sus fuerzas, antes de usar los recursos que tienen. De esta manera sufren constante necesidad por temor a que en algún tiempo futuro hayan de pasar miseria. Todos estos temores tienen su origen en Satanás. El excita los órganos que los inducen a sentir temores y celos serviles que corrompen la nobleza del alma y destruyen los pensamientos y sentimientos elevados. Las tales personas son insanas respecto del dinero. Si ellas asumiesen la actitud que Dios quiere que asuman, sus postreros días podrían ser los mejores y más felices. Los que tienen hijos en cuya honradez y juicioso manejo tienen motivos para confiar, deben dejar que sus hijos los hagan felices. A menos que obren así, Satanás se aprovechará de su falta de fuerza mental, y lo manejará todo en su lugar. Deben deponer la ansiedad y las cargas, ocupar su tiempo tan felizmente como puedan, y prepararse así para el cielo.

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