El que regala a los hombres riquezas infinitas y una vida eterna de bienaventuranzas en su reino como recompensa de la obediencia fiel, no aceptará un corazón dividido. Estamos viviendo en medio de los peligros de los últimos días, cuando se manifiesta todo lo que puede apartar de Dios la mente y los afectos. Podremos discernir y apreciar nuestro deber únicamente cuando lo consideremos a la luz que irradia de la vida de Cristo. Así como el sol sale por el oriente y baja por el occidente, llenando el mundo de luz, así el que sigue verdaderamente a Cristo será una luz para el mundo. Saldrá al mundo como una luz brillante y resplandeciente, para que aquellos que están en tinieblas sean iluminados y calentados por los rayos que despida. Cristo dice de los que le siguen: “Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.” Mateo 5:14.
Nuestro gran Ejemplo era abnegado, y ¿debe la conducta de los que profesan seguirle ser tan contraria a la suya? El Salvador lo dió todo por el mundo que perecía, sin retenerse a sí mismo siquiera. La iglesia de Dios está dormida. Sus miembros están debilitados por la inacción. De todas partes del mundo nos llegan voces que nos dicen: “Pasad y ayudadnos,” pero no hay movimiento en respuesta. De vez en cuando se realiza un débil esfuerzo; algunos manifiestan que quisieran ser colaboradores del Maestro; pero con frecuencia se deja a los tales trabajar casi solos. Nuestro pueblo tiene un solo misionero en todo el amplio campo de los países extranjeros. La verdad es poderosa, pero no se la pone en práctica. No es suficiente colocar solamente dinero sobre el altar. Dios llama a hombres voluntarios para que proclamen la verdad a otras naciones, lenguas y pueblos. No es nuestro número ni nuestras riquezas lo que nos dará una victoria señalada; sino la devoción al trabajo, el valor moral, el ardiente amor por las almas y un celo incansable e invariable.
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