Algunos dirán que ésta es una de las leyes rigurosas que pesaban sobre los hebreos. Pero ésta no era una carga para el corazón voluntario que manifestaba amor a Dios. Únicamente cuando la naturaleza egoísta se fortalecía por la retención de aquellos recursos, el hombre perdía de vista lo eterno y estimaba los tesoros terrenales más que las almas. El Israel de Dios de estos últimos tiempos tiene necesidades aun más urgentes que el de antaño. Debe realizarse una obra grande e importante en breve tiempo. Nunca fué el propósito de Dios que la ley del sistema del diezmo no rigiese entre su pueblo; sino que, al contrario, quiso que el espíritu de sacrificio se ampliase y profundizase para la obra final.
No se debe hacer de la benevolencia sistemática una compulsión sistemática. Lo que Dios considera aceptable son las ofrendas voluntarias. La verdadera generosidad cristiana brota del principio del amor agradecido. El amor a Cristo no puede existir sin que se manifieste en forma proporcional hacia aquellos a quienes él vino a redimir. El amor a Cristo debe ser el principio dominante del ser, que rija todas las emociones y todas las energías. El amor redentor debe despertar todo el tierno afecto y la devoción abnegada que pueda existir en el corazón del hombre. Cuando tal sea el caso, no se necesitarán llamados conmovedores para quebrantar su egoísmo ni despertar sus simpatías dormidas para arrancar ofrendas en favor de la preciosa causa de la verdad. Jesús nos compró a un precio infinito. Toda nuestra capacidad y nuestra influencia pertenecen en verdad a nuestro Salvador y deben ser dedicadas a su servicio. Consagrándoselas, manifestamos nuestra gratitud por haber sido redimidos de la esclavitud del pecado por la preciosa sangre de Cristo. Nuestro Salvador está siempre obrando por nosotros. Ascendió al cielo e intercede en favor de los rescatados por su sangre. Intercede delante de su Padre y presenta las agonías de la crucifixión. Alza sus manos heridas e intercede por su iglesia para que sea guardada de caer en la tentación. Si nuestra percepción fuese avivada hasta poder comprender esta maravillosa obra del Salvador en pro de nuestra salvación, ardería en todo corazón un amor profundo y ardiente. Entonces nuestra apatía y fría indiferencia nos alarmarían. Una devoción y generosidad absolutas, impulsadas por un amor agradecido, impartirán a la más pequeña ofrenda, al sacrificio voluntario, una fragancia divina que hará inestimable el don. Pero después de haber entregado voluntariamente a nuestro Redentor todo lo que podemos darle, por valioso que sea para nosotros, si consideramos nuestra deuda de gratitud a Dios tal cual es en realidad todo lo que podamos haber ofrecido nos parecerá muy insignificante y pobre. Pero los ángeles toman estas ofrendas que a nosotros nos parecen deficientes, y las presentan como una fragante oblación delante del trono, y son aceptadas. Como discípulos de Cristo, no nos damos cuenta de nuestra verdadera situación. No tenemos opiniones acertadas respecto de nuestra responsabilidad como siervos de Cristo. El nos ha adelantado el salario en su vida de sufrimiento y en su sangre derramada, para ligarnos así en servidumbre voluntaria. Todas las buenas cosas que tenemos son un préstamo de nuestro Salvador. Nos ha hecho mayordomos. Nuestras ofrendas más ínfimas, nuestros servicios más humildes, presentados con fe y amor, pueden ser dones consagrados para salvar almas en el servicio del Maestro y para promover su gloria. El interés y la prosperidad del reino de Cristo deben superar toda otra consideración. Los que hacen de sus placeres e intereses egoístas los objetos principales de su vida, no son mayordomos fieles. Los que se nieguen a sí mismos para hacer bien a otros y se consagren con todo lo que tienen al servicio de Cristo, experimentarán la felicidad que en vano busca el egoísta. Dice nuestro Salvador: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo.” Lucas 14:33. La caridad “no busca lo suyo.” 1 Corintios 13:5. Es el fruto de aquel amor desinteresado y de aquella benevolencia que caracterizaron la vida de Cristo. Si la ley de Dios está en nuestro corazón, subordinará nuestros intereses personales a las consideraciones elevadas y eternas.Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda forma de mal. 1 Tesalonicenses 5: 21-22_ Espacio de análisis de los acontecimientos actuales relacionados con la profecía bíblica
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