viernes, 7 de junio de 2024

Primero debe haber unidad perfecta


A nosotros hoy, tan ciertamente como a los primeros discípulos, pertenece la promesa del Espíritu. Dios dotará hoy a hombres y mujeres del poder de lo alto, como dotó a los que, en el día de Pentecostés, oyeron la palabra de salvación. En este mismo momento su Espíritu y su gracia son para todos los que los necesitan y quieran aceptar su palabra al pie de la letra.

Notemos que el Espíritu fué derramado después que los discípulos hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían por el puesto más elevado. Eran unánimes. Habían desechado todas las diferencias. Y el testimonio que se da de ellos después que les fué dado el Espíritu es el mismo. Notemos la expresión: “La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma.” Hechos 4:32. El Espíritu de Aquel que había muerto para que los pecadores viviesen animaba a toda la congregación de los creyentes. Los discípulos no pidieron una bendición para sí mismos. Sentían preocupación por las almas. El Evangelio había de ser proclamado hasta los confines de la tierra y solicitaban la medida de poder que Cristo había prometido. Entonces fué cuando se derramó el Espíritu Santo y miles se convirtieron en un día.

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