viernes, 13 de septiembre de 2013

Nuestra Elevada Vocación.



Un amigo para el que carece de ellos


El ungüento y el perfume alegran el corazón: y el amigo al hombre con el cordial consejo. Proverbios 27:9.


Debiéramos tener el amor de Cristo en el corazón en un grado tal, que nuestro interés en los demás sea imparcial y sincero. Nuestros afectos debieran ser amplios y no centrarse simplemente en unos pocos que nos halagan por confidencias especiales. La tendencia de estas amistades es conducirnos a descuidar a aquellos que tienen mayor necesidad de amor que aquellos sobre quienes derramamos nuestras atenciones.


No debiéramos reducir nuestro círculo de amigos a unos pocos favoritos porque ellos nos miman y halagan con sus afectos profesos. La atención parcial, tan a menudo derramada y recibida, no obra para el mayor bien de aquellos que sirven a Dios. Uno confía en el otro en busca de fuerza, y la alabanza, los halagos, y los afectos que el uno recibe del otro, ocupan el lugar que debiera ocupar la gracia de Dios, y así los amigos humanos toman los afectos que debieran proceder de Cristo. ... Los confidentes y los asociados humanos absorben el amor y la confianza que deberían ser dados únicamente a Dios.


En lugar de procurar ser vosotros mismos favoritos, o de halagar a uno a quien consideréis muy exaltado, ved si no hay un pobre niño que no es favorito, a quien no se manifiesta ninguna bondad en especial, y haced del tal el objeto de vuestra atención desinteresada. Los que son especialmente atractivos no carecerán de amigos; mientras que los que son menos agradables por su apariencia, que son tímidos y con los cuales es difícil familiarizarse, pueden tener hermosos rasgos de carácter, y son la propiedad de la sangre de Cristo.—The Youth’s Instructor, 25 de mayo de 1893.


Los sentimientos de desasosiego, de nostalgia o de soledad pueden ser para vuestro bien. Vuestro Padre celestial intenta enseñaros a encontrar en él la amistad, el amor y el consuelo que satisfarán vuestras esperanzas y deseos más sinceros. ... Vuestra única seguridad y felicidad está en hacer de Cristo vuestro constante consejero. Podéis sentiros felices con él aunque no tengáis otros amigos en todo el mundo.—Carta 2b, 1874, pp. 1.

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