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Entonces
vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por
cuatro... Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus
pecados te son perdonados. Marcos 2:3, 5.
Es
necesario acercarse a la gente por medio del esfuerzo personal. Si se
dedicara menos tiempo a sermonear y más al servicio personal, se
conseguirían mayores resultados. Hay que aliviar a los pobres, atender a
los enfermos, consolar a los afligidos y dolientes, instruir a los
ignorantes y aconsejar a los inexpertos. Hemos de llorar con los que
lloran y regocijarnos con los que se regocijan. Acompañada del poder de
persuasión, del poder de la oración, del poder del amor de Dios, esta
obra no será ni puede ser infructuosa.
Hemos
de recordar siempre que el objeto de la obra médico-misionera consiste
en dirigir a los enfermos del pecado hacia el Mártir del Calvario, el
que quita el pecado del mundo. Contemplándole, se transmutarán a su
semejanza. Debemos animar al enfermo y al doliente a que miren a Jesús y
vivan. Pongan los obreros cristianos a Cristo, el divino Médico, en
continua presencia de aquellos a quienes desalentó la enfermedad del
cuerpo y del alma... Persuádanles a que se entreguen al cuidado de Aquel
que dio su vida para que ellos puedan obtener vida eterna. Háblenles de
su amor, del poder que tiene para salvar.
Este
es el alto deber y el precioso privilegio del médico misionero. Y el
ministerio personal prepara a menudo el camino para esta obra. Con
frecuencia, Dios llega a los corazones por medio de nuestros esfuerzos
por aliviar los padecimientos físicos...
En
casi todas las poblaciones hay muchos que no escuchan la predicación de
la Palabra de Dios ni asisten a ningún servicio religioso. Para que
conozcan el evangelio, hay que llevárselo a sus casas. Muchas veces la
atención prestada a sus necesidades físicas es la única manera de llegar
a ellos.
Los
enfermeros misioneros que cuidan a los enfermos y alivian la miseria de
los pobres encontrarán muchas oportunidades para orar por ellos,
leerles la Palabra de Dios y hablarles del Salvador. Pueden orar con los
desamparados que no tienen fuerza de voluntad para dominar los apetitos
degradados por las pasiones. Pueden llevar un rayo de esperanza a los
vencidos y desalentados. Su amor abnegado, manifestado en actos de
bondad desinteresada, ayudará a esos dolientes a creer en el amor de
Cristo.—El Ministerio de Curación, 102, 103.
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