Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos; van entre los montes; dan de
beber a todas las bestias del campo; mitigan su sed los asnos monteses. Salmos
104:10, 11.
La naturaleza y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios. Nuestro
Padre celestial es la fuente de vida, sabiduría y gozo. Miren las maravillas y
bellezas de la naturaleza. Piensen en su prodigiosa adaptación a las necesidades
y a la felicidad, no solamente de los seres humanos, sino de todos los seres
vivientes. El sol y la lluvia que alegran y refrescan la tierra; los montes, los
mares y los valles, todos nos hablan del amor del Creador. Dios es el que suple
las necesidades diarias de sus criaturas. Ya el salmista lo dijo en las bellas
palabras siguientes: “Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a
su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente”. Salmos
145:15, 16.
Dios hizo a Adán y a Eva perfectamente santos y felices; y la hermosa tierra no
tenía, al salir de la mano del Creador, mancha de decadencia ni sombra de
maldición. La transgresión de la ley de Dios, de la ley de amor, fue lo que
trajo consigo dolor y muerte.
Sin embargo, en medio del sufrimiento resultante del pecado se manifiesta el
amor de Dios. Está escrito que Dios maldijo la tierra por causa del hombre.
Génesis 3:17. Los cardos y las espinas, las dificultades y pruebas que colman su
vida de afán y cuidado, le fueron asignados para su bien, como parte de la
preparación necesaria, según el plan de Dios, para levantarlo de la ruina y
degradación que el pecado había causado.
El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la naturaleza misma
hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos, y las espinas
están cubiertas de rosas.
“Dios es amor” está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo
de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que con sus preciosos cantos llenan
el aire de melodías, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección
perfuman el aire, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de
viviente verdor, todos atestiguan del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios
y de su deseo de hacer felices a sus hijos.
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