La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las
tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Romanos 13:12.
Después de que se han hecho los esfuerzos más fervorosos para presentar la
verdad ante aquellos a los que Dios ha confiado grandes responsabilidades, no se
desanimen si la rechazan. La verdad fue rechazada en los días de Cristo. Estén
seguros de mantener la dignidad de la obra con planes bien ordenados y una
conversación piadosa.
Nunca teman levantar el estandarte demasiado alto. Las familias que se dedican a
la obra misionera debieran acercarse a los corazones. El espíritu de Jesús
debiera empapar el alma del obrero. Son las palabras agradables y de simpatía,
la manifestación de amor desinteresado por su alma, lo que romperá las barreras
del orgullo y del egoísmo y mostrará a los incrédulos que poseemos el amor de
Cristo; y entonces la verdad se abrirá camino al corazón. En esto consiste
nuestra obra y el cumplimiento del plan de Dios.
Debemos poner de lado toda vulgaridad y aspereza. Debemos estimular la cortesía,
el refinamiento y la urbanidad cristiana. Guárdense de ser bruscos y descorteses.
No consideren esas peculiaridades como virtudes, porque Dios no las considera
así. Esfuércense por no ofender innecesariamente a los que no son de nuestra fe.
Nunca hagan, cuando no sea necesario, que los rasgos más objetables de nuestra
fe se destaquen de manera prominente. El seguir un curso así, es sólo hacer un
daño a la causa.
Todos deben buscar el tener la influencia suavizadora y subyugadora del Espíritu
de Dios en el corazón: una ternura y un amor por las almas semejantes al de
Cristo. Los que son enviados para trabajar juntos, deben abandonar sus nociones
particulares y sus ideas preconcebidas, y tratar de trabajar juntos, con el
corazón y el alma, para realizar la voluntad de Dios. Deben planear trabajar en
armonía con el fin de trabajar para sacar provecho.
Necesitamos más, mucho más, del Espíritu de Cristo, y menos, mucho menos, del yo
y de las peculiaridades de carácter que colocan una pared que nos mantiene
separados de nuestros semejantes. Podemos hacer mucho para quebrantar esas
barreras, mostrando las gracias de Cristo en nuestra vida. Jesús ha estado
confiando sus bienes a la iglesia, siglo tras siglo. Una generación tras otra
durante siglos ha estado recogiendo la cantidad cada vez mayor de luz y verdad
hasta que las crecientes responsabilidades han pasado a nuestro tiempo...
Queremos estar vestidos, no con nuestras propias ropas, sino con toda la
armadura de la justicia de Cristo.—The Atlantic Canvasser, 18 de diciembre de
1890.
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