Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las
hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.
Mateo 7:24.
Que los miembros de cada familia tengan siempre en cuenta
que están íntimamente unidos con el cielo. El Señor tiene un interés especial en
la familia de sus hijos terrenales. Los ángeles ofrecen el humo del fragante
incienso de las oraciones de los santos. Por lo tanto, que en cada familia la
oración ascienda hacia el cielo, tanto a la mañana como en la hora fresca de la
puesta de sol, presentando delante del Señor los méritos del Salvador en favor
de nosotros. Mañana y noche, el universo celestial toma nota de cada familia que
ora.
Antes de salir de casa para ir a trabajar, toda la familia
debe ser convocada y el padre, o la madre en ausencia del padre, debe rogar con
fervor a Dios que los guarde durante el día. Acudan con humildad con un corazón
lleno de ternura presintiendo las tentaciones y los peligros que les acechan a
ustedes y a sus hijos, y por la fe aten a estos últimos al altar, solicitando
para ellos el cuidado del Señor. Los ángeles ministradores guardarán a los niños
así dedicados a Dios...
En cada familia debería haber una hora fija para los cultos
matutino y vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus
hijos antes del desayuno para agradecer al Padre celestial por su protección
durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día? ¿No es
propio también, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan
una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante
el día que termina?
El culto familiar no debiera ser gobernado por las
circunstancias. No han de orar ocasionalmente y descuidar la oración en un día
de mucho trabajo. Al hacer esto, inducen a sus hijos a considerar la oración
como algo no importante. La oración significa mucho para los hijos de Dios, y
las acciones de gracias debieran elevarse mañana y noche delante de Dios...
No pasemos por alto nuestras obligaciones hacia Dios al
esforzarnos por atender la comodidad y felicidad de nuestros huéspedes. Ninguna
consideración debería hacernos desatender la hora de la oración. No hablen ni se
entretengan con otras cosas hasta el punto de estar todos demasiado cansados
para gozar de un momento de devoción. Hacer esto es presentar a Dios una ofrenda
imperfecta. Deberíamos presentar nuestras súplicas y elevar nuestras voces en
alabanza feliz y agradecida, a una hora temprana de la noche, cuando podamos
orar sin prisa e inteligentemente.—Conducción del Niño, 491-493.
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