Pastor David Jiménez
Si algún profeta del Antiguo Testamento o discípulo del Nuevo Testamento visitara nuestras iglesias o instituciones hoy, sería rechazado de inmediato. Se le mostraría la puerta. Sería rechazado decisivamente. La mayoría de nuestros lugares de culto actuales no los aceptarían.
Se les diría que son demasiado críticos, demasiado negativos, demasiado dogmáticos, demasiado estrechos de miras y demasiado intolerantes. Muchas de nuestras iglesias considerarían que las enseñanzas de profetas como Jeremías, Elías, Juan el Bautista, Pablo o incluso el mismo Jesús son demasiado contradictorias y difíciles de aceptar.
Las Escrituras registran que todos los predicadores fieles de la justicia fueron constantemente despreciados, rechazados, ridiculizados y burlados por el propio pueblo de Dios. Algunos incluso perdieron la vida por ser obedientes a Dios y entregar Su mensaje. Los únicos profetas que fueron realmente bien recibidos y fueron invitados a hablar en todos los campamentos y retiros pastorales organizados por la iglesia fueron los falsos profetas. Dios, en Su amor y misericordia, ha advertido sobre un tiempo y una situación seria que ahora prevalece dentro de nuestra iglesia:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3-4).
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