martes, 15 de octubre de 2024

Alberguemos el amor de Cristo


¿Esperamos ver a nuestros hermanos en el cielo? Si podemos vivir con ellos aquí en paz y armonía, entonces podremos hacerlo también allá arriba. Pero, ¿cómo habríamos de vivir con ellos en el cielo, si no podemos hacerlo aquí sin rencillas y disputas continuas? Los que siguen una conducta que tiende a separarlos de sus hermanos y provocan discordia y disensiones, necesitan una conversión radical. Es necesario que nuestros corazones sean enternecidos y subyugados por el amor de Cristo. Debemos cultivar el amor que él manifestara al morir en la cruz del Calvario. Debemos allegarnos siempre más al Salvador. Debemos orar más y aprender a ejercitar nuestra fe. Necesitamos más benignidad, compasión y bondad. Pasamos sólo una vez por este mundo. ¿No nos esforzaremos por dejar impreso el sello de Jesús sobre las personas con quienes vivimos?

Nuestros duros corazones deben ser quebrantados. Debemos alcanzar una unidad perfecta y comprender que hemos sido rescatados por la sangre de Jesús de Nazaret. Diga cada cual para sí: “El dió su vida por mí y quiere que, mientras paso por el mundo, yo revele el amor manifestado por él al entregarse por mí.” Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que Dios, permaneciendo justo, pudiese ser el que justifica a los que creen en él. La vida eterna está reservada para cuantos se entregan al Salvador. Yo deseo ver al Rey en su hermosura. Deseo ver su belleza sin par. Y deseo que vosotros también podáis contemplarle. Cristo llevará a sus redimidos a lo largo del río de la vida, y les explicará todo lo que les fuera motivo de perplejidad en este mundo. Los misterios de la gracia se descubrirán ante su mirada. Allí donde sus mentes finitas sólo discernían confusión y desorden, percibirán la más perfecta y hermosa armonía. Sirvamos al Señor con toda nuestra capacidad, con toda nuestra inteligencia. Esta se desarrollará a medida que hagamos uso de ella. Nuestra experiencia religiosa se afirmará a medida que vayamos poniendo más religión en nuestra vida diaria. Así iremos ascendiendo poco a poco por la escalera que lleva al cielo, hasta que podamos, desde la cima de la misma, poner el pie en el reino de Dios. Seamos cristianos en este mundo; y tendremos la vida eterna en el reino de gloria. Cuando hay unidad entre los discípulos de Cristo, ella constituye una evidencia de que el Padre envió a su Hijo para salvar a los pecadores. Atestigua su poder; porque sólo el poder milagroso de Dios puede poner armonía en las acciones de seres humanos que difieren por sus temperamentos, e inspirarles a todos el deseo de decir la verdad con amor. Las advertencias y los consejos de Dios son claros y positivos. Cuando, al leer las Escrituras, vemos el bien que resulta de la unión y el mal que produce la desunión, ¿cómo podemos negarnos a recibir la Palabra de Dios en nuestros corazones? La suspicacia y la desconfianza son una mala levadura. La unidad atestigua la potencia de la verdad.

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