“Por lo cual, hermanos—dice Pedro,—procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” 2 Pedro 1:10, 11.
Cuando los creyentes, que esperaban el próximo regreso del Señor, eran sólo un puñado, hace muchos años ya, los observadores del sábado de Topsham, estado de Maine, se reunían para el culto en la amplia cocina del Hno. Stockbridge Howland. Un sábado de mañana, el Hno. Howland estaba ausente. Esto nos sorprendió, porque era siempre puntual. Muy pronto le vimos llegar con el rostro iluminado por la gloria de Dios. “Hermanos—dijo,—he hallado algo, y es esto: podemos adoptar una conducta que nos garantice la promesa de la Palabra divina: ‘No caeréis jamás.’ Voy a deciros de qué se trata.” Entonces contó que había notado que un hermano, que era un pobre pescador, pensaba no ser estimado en lo que merecía, y que el Hno. Howland y otros se creían superiores a él. Estaba equivocado; pero ese sentimiento había impedido a ese hermano asistir a las reuniones desde hacía algunas semanas. Así que el Hno. Howland fué a su casa, y poniéndose de rodillas delante de él, le dijo: —Perdóname, hermano; ¿qué daño te he hecho? El hombre lo tomó del brazo y quiso hacer que se levantara. —No—dijo el Hno. Howland,—¿qué tienes contra mí? —No tengo nada contra ti. —Pero algo debes tener—insistió el Hno. Howland,—porque antes conversábamos juntos, mientras que ahora no me hablas más; quiero saber lo que pasa. —Levántate, Hno. Howland—repitió el hombre. —No, hermano, no me levantaré. —Entonces me toca a mí ponerme de rodillas—dijo; y cayendo de rodillas, el pescador le confesó cuán niño había sido y a cuántos malos pensamientos se había entregado.—Ahora—añadió,—voy a apartar de mí todo esto. Al contar esta historia, el Hno. Howland tenía el rostro iluminado por la gloria de Dios. Apenas había terminado su relato cuando el pescador llegó con su familia, y tuvimos una excelente reunión. Supongamos ahora que algunos de entre nosotros siguiesen el ejemplo dado por el Hno. Howland. Si, cuando nuestros hermanos albergan malas sospechas, fuésemos a decirles: “Perdonadme el mal que os pude hacer,” se quebrantaría el hechizo de Satanás y nuestros hermanos quedarían libres de sus tentaciones. No dejéis que alguna cosa se interponga entre vosotros y vuestros hermanos. Si hay algo que podáis hacer para disipar las sospechas, aun al precio de un sacrificio, no vaciléis en hacerlo. Dios quiere que nos amemos unos a otros como hermanos. El quiere que seamos compasivos y amables. Quiere que cada uno se habitúe a pensar que sus hermanos le aman y que Jesús le ama. El amor engendra amor.
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