De mañana 
                sácianos de tu 
                misericordia, y 
                cantaremos y nos 
                alegraremos 
                todos los días. 
                Salmos 90:14.
                Si los hijos de 
                Dios quisieran 
                reconocer cómo 
                los trata él y 
                aceptasen sus 
                enseñanzas, sus 
                pies hallarían 
                una senda recta, 
                y una luz los 
                conduciría a 
                través de la 
                oscuridad y el 
                desaliento. 
                David aprendió 
                sabiduría de la 
                manera en que 
                Dios lo trató, y 
                se postró con 
                humildad bajo el 
                castigo del 
                Altísimo. La 
                descripción fiel 
                que de su 
                verdadero estado 
                hizo el profeta 
                Natán, le dio a 
                conocer a David 
                sus propios 
                pecados y le 
                ayudó a 
                desecharlos. 
                Aceptó 
                mansamente el 
                consejo y se 
                humilló delante 
                de Dios. “La ley 
                de Jehová”, 
                exclamó él, “es 
                perfecta, que 
                convierte el 
                alma”. Salmos 
                19:7.
                Los pecadores 
                que se 
                arrepienten no 
                tienen motivo 
                para desesperar 
                porque se les 
                recuerden sus 
                transgresiones y 
                se los amoneste 
                acerca de su 
                peligro. Los 
                mismos esfuerzos 
                hechos en su 
                favor demuestran 
                cuánto los ama 
                Dios y desea 
                salvarlos. Ellos 
                sólo deben pedir 
                su consejo y 
                hacer su 
                voluntad para 
                heredar la vida 
                eterna. Dios 
                presenta a su 
                pueblo que yerra 
                los pecados que 
                comete con el 
                fin de que vea 
                su enormidad 
                según la luz de 
                la verdad 
                divina. 
                Entonces, su 
                deber es 
                renunciar a 
                ellos para 
                siempre.
                Dios es hoy tan 
                poderoso para 
                salvar del 
                pecado como en 
                los tiempos de 
                los patriarcas, 
                de David y de 
                los profetas y 
                apóstoles. La 
                multitud de 
                casos 
                registrados en 
                la historia 
                sagrada, en los 
                cuales Dios 
                libró a su 
                pueblo de sus 
                iniquidades, 
                deben hacer 
                sentir al 
                cristiano de 
                esta época el 
                anhelo de 
                recibir 
                instrucción 
                divina y celo 
                para 
                perfeccionar un 
                carácter que 
                soportará la 
                detenida 
                inspección del 
                juicio.
                La historia 
                bíblica sostiene 
                al corazón que 
                desmaya con la 
                esperanza de la 
                misericordia 
                divina. No 
                necesitamos 
                desesperarnos 
                cuando vemos que 
                otros lucharon 
                con desalientos 
                semejantes a los 
                nuestros, o que 
                cayeron en 
                tentaciones como 
                nosotros, pues 
                aun así 
                recobraron sus 
                fuerzas y 
                recibieron 
                bendición de 
                Dios. Las 
                palabras de la 
                inspiración 
                consuelan y 
                alientan al alma 
                que yerra.
Aunque los 
                patriarcas y los 
                apóstoles 
                estuvieron 
                sujetos a las 
                flaquezas 
                humanas, por la 
                fe obtuvieron 
                buen renombre, 
                pelearon sus 
                batallas con la 
                fuerza del Señor 
                y vencieron 
                gloriosamente. 
                Así también 
                podemos nosotros 
                confiar en la 
                virtud del 
                sacrificio 
                expiatorio y ser 
                vencedores en el 
                nombre de Jesús. 
                La humanidad fue 
                humanidad en 
                todas partes del 
                mundo, desde el 
                tiempo de Adán 
                hasta la 
                generación 
                actual; y a 
                través de todas 
                las edades el 
                amor de Dios no 
                tiene 
                parangón.—Joyas 
                de los 
                Testimonios 
                1:442, 443. 
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