Porque pasando y mirando vuestros santuarios hallé
también un altar en el cual estaba esta inscripción: al Dios no conocido. Al que
vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anunció. Hechos 17:23.
Jesús enseñó a sus discípulos que eran deudores tanto de
los judíos como de los griegos, de los sabios y de los incultos, y les hizo
entender que las distinciones de raza, casta y líneas divisorias hechas por los
seres humanos no eran aprobadas por el Cielo y no habrían de tener influencia en
la obra de diseminar el evangelio. Los discípulos de Cristo no habrían de hacer
distinciones entre sus prójimos y sus enemigos, sino que debían considerar a
toda persona como un prójimo necesitado de ayuda, y al mundo como su campo de
labor, buscando salvar a los perdidos.
Jesús ha dado a cada hombre y a cada mujer su obra,
tomándolo del estrecho círculo que le había trazado su egoísmo, anulando líneas
divisorias y todas las otras distinciones artificiales de la sociedad; no pone
límite para el celo misionero, sino que ordena a sus seguidores extender sus
labores hasta lo último de la tierra...—En Lugares Celestiales, 321.
El campo de labor presenta una vasta comunidad de seres
humanos que están en las tinieblas del error, que están llenos de anhelos, que
oran a Aquel a quien no conocen. Necesitan escuchar la voz de los que son
obreros juntamente con Dios, diciéndoles, como Pablo les dijo a los atenienses:
“Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anunció”. Hechos
17:23.
Los miembros de la iglesia de Cristo deben ser obreros
fieles en el gran campo de cosecha. Deben estar trabajando diligentemente y
orando fervientemente, progresando y difundiendo luz en medio de las tinieblas
morales del mundo, porque ¿no están los ángeles del cielo impartiéndoles
inspiración divina? Nunca deben pensar, y mucho menos hablar de fracaso en su
obra... Deben estar llenos de esperanza, sabiendo que no cuentan con habilidades
humanas o con recursos finitos, sino que cuentan con la ayuda divina prometida:
el ministerio de los seres celestiales que se han comprometido a abrir el camino
delante de ellos...
Los ángeles de Dios abrirán el camino delante de nosotros,
preparando los corazones para el mensaje del evangelio, y el poder prometido
acompañará al obrero, y “la gloria de Jehová será tu retaguardia”. Isaías
58:8.—The Review and Herald, 30 de octubre de 1894
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