martes, 30 de diciembre de 2014

El manto de la justicia de Cristo es para los arrepentidos


Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y oíd la voz de Jehová vuestro Dios, y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros. Jeremías 26:13.
Aunque como pecadores estamos bajo la condenación de la ley, sin embargo Cristo, mediante la obediencia que prestó a la ley, demanda para el alma arrepentida los méritos de su propia justicia. Con el fin de obtener la justicia de Cristo, es necesario que el pecador sepa lo que es ese arrepentimiento que efectúa un cambio radical en la mente, en el espíritu y en la acción. La obra de la transformación debe comenzar en el corazón y manifestar su poder mediante cada facultad del ser. Sin embargo, los seres humanos no son capaces de originar un arrepentimiento tal como éste, y sólo pueden experimentarlo mediante Cristo, que ascendió a lo alto, llevó cautiva la cautividad y dio dones a la humanidad.
¿Quién desea llegar al verdadero arrepentimiento? ¿Qué debe hacer? Debe ir a Jesús, tal como es, sin demora. Debe creer que la palabra de Cristo es verdadera y, creyendo en la promesa, pedir, para de esa manera recibir. Cuando un sincero deseo mueve a las personas a orar, no orarán en vano. El Señor cumplirá su palabra, y dará el Espíritu Santo para conducir al arrepentimiento hacia Dios y la fe hacia nuestro Señor Jesucristo. El pecador orará, velará y se apartará de sus pecados, haciendo manifiesta su sinceridad por medio del vigor de su esfuerzo para obedecer los mandamientos de Dios. Mezclará la fe con la oración, y no sólo creerá en los preceptos de la ley sino que los obedecerá. Se declarará del lado de Cristo en esta controversia. Renunciará a todos los hábitos y las compañías que tiendan a desviar de Dios el corazón.
El que quiera llegar a ser hijo de Dios, debe recibir la verdad que enseña que el arrepentimiento y el perdón han de obtenerse nada menos que mediante la expiación de Cristo. Asegurado de esto, el pecador debe realizar un esfuerzo en armonía con la obra hecha en beneficio de él y, con una súplica incansable, debe acudir al trono de la gracia para que el poder renovador de Dios llegue hasta su alma.
Únicamente Cristo perdona al arrepentido, pero primero hace que se arrepienta aquel a quien perdona. La provisión hecha es completa y la justicia eterna de Cristo es acreditada a cada alma creyente. El manto costoso e inmaculado, tejido en el telar del cielo, ha sido provisto para el pecador arrepentido y creyente, y él puede decir: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia”. Isaías 61:10.—Mensajes Selectos 1:460, 461.

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