Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y oíd la voz de Jehová vuestro 
Dios, y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros. Jeremías 
26:13.
Aunque 
como pecadores estamos bajo la condenación de la ley, sin embargo Cristo, 
mediante la obediencia que prestó a la ley, demanda para el alma arrepentida los 
méritos de su propia justicia. Con el fin de obtener la justicia de Cristo, es 
necesario que el pecador sepa lo que es ese arrepentimiento que efectúa un 
cambio radical en la mente, en el espíritu y en la acción. La obra de la 
transformación debe comenzar en el corazón y manifestar su poder mediante cada 
facultad del ser. Sin embargo, los seres humanos no son capaces de originar un 
arrepentimiento tal como éste, y sólo pueden experimentarlo mediante Cristo, que 
ascendió a lo alto, llevó cautiva la cautividad y dio dones a la humanidad.
¿Quién 
desea llegar al verdadero arrepentimiento? ¿Qué debe hacer? Debe ir a Jesús, tal 
como es, sin demora. Debe creer que la palabra de Cristo es verdadera y, 
creyendo en la promesa, pedir, para de esa manera recibir. Cuando un sincero 
deseo mueve a las personas a orar, no orarán en vano. El Señor cumplirá su 
palabra, y dará el Espíritu Santo para conducir al arrepentimiento hacia Dios y 
la fe hacia nuestro Señor Jesucristo. El pecador orará, velará y se apartará de 
sus pecados, haciendo manifiesta su sinceridad por medio del vigor de su 
esfuerzo para obedecer los mandamientos de Dios. Mezclará la fe con la oración, 
y no sólo creerá en los preceptos de la ley sino que los obedecerá. Se declarará 
del lado de Cristo en esta controversia. Renunciará a todos los hábitos y las 
compañías que tiendan a desviar de Dios el corazón.
El que 
quiera llegar a ser hijo de Dios, debe recibir la verdad que enseña que el 
arrepentimiento y el perdón han de obtenerse nada menos que mediante la 
expiación de Cristo. Asegurado de esto, el pecador debe realizar un esfuerzo en 
armonía con la obra hecha en beneficio de él y, con una súplica incansable, debe 
acudir al trono de la gracia para que el poder renovador de Dios llegue hasta su 
alma.
Únicamente Cristo perdona al arrepentido, pero primero hace que se arrepienta 
aquel a quien perdona. La provisión hecha es completa y la justicia eterna de 
Cristo es acreditada a cada alma creyente. El manto costoso e inmaculado, tejido 
en el telar del cielo, ha sido provisto para el pecador arrepentido y creyente, 
y él puede decir: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi 
Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de 
justicia”. Isaías 61:10.—Mensajes Selectos 1:460, 461. 
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