Obligaciones de los Cónyuges
Las dos personas que unen su interés en la vida tendrán
distintas características y responsabilidades individuales. Cada uno tendrá su
trabajo, pero no se ha de valorar a las mujeres por el trabajo que puedan hacer
como se estiman las bestias de carga. La esposa ha de agraciar el
círculo familiar como esposa y compañera de un
esposo sabio. A
cada paso debe ella preguntarse: ¿Es ésta la norma de la verdadera femineidad?"
y: "¿Cómo haré para que mi influencia sea como la de Cristo en mi hogar?" El
marido debe dejar saber a su esposa que él aprecia su
trabajo.
La esposa ha de respetar a su
marido. El ha de amar y apreciarla a ella: y así como los une el voto
matrimonial, su creencia en Cristo debe hacerlos uno en él. ¿Qué podría agradar
más a Dios que el ver a los que contraen matrimonio procurar juntos aprender de
Jesús y llegar a compenetrarse cada vez más de su Espíritu?
A menudo se
pregunta: "¿Debe una esposa no tener voluntad
propia?" La Biblia dice claramente que el esposo es el jefe de la
familia. "Casadas, estad sujetas a vuestros maridos". Si la orden terminase así,
podríamos decir que nada de envidiable tiene la posición de la esposa; es muy dura y penosa
en muchos casos, y sería mejor que se realizasen menos casamientos. Muchos
maridos no leen más allá que "estad sujetas", pero debemos leer la conclusión de
la orden, que es: "Como conviene en el Señor".
Debemos tener el Espíritu
de Dios, o no podremos tener armonía en el hogar. Si la esposa tiene el espíritu de
Cristo, será cuidadosa en lo que respecta a sus palabras; dominará su genio,
será sumisa y sin embargo no se considerará esclava, sino compañera de su
esposo. Si éste
es siervo de Dios, no se enseñoreará de ella; no será arbitrario ni exigente. No
podemos estimar en demasía los afectos del hogar; porque si el Espíritu del
Señor mora allí, el hogar es un símbolo del cielo. Si uno yerra, el otro
ejercerá tolerancia cristiana y no se retraerá con frialdad.
Ni el
marido ni la mujer deben pensar en ejercer gobierno arbitrario uno sobre otro.
No intentéis imponer vuestros deseos uno a otro. No podéis hacer esto y
conservar el amor mutuo. Sed bondadosos, pacientes, indulgentes, considerados y
corteses. Mediante la gracia de Dios podéis haceros felices el uno al otro, tal
como lo prometisteis al casaros.
A veces en la vida matrimonial hombres
y mujeres obran como niños indisciplinados y perversos. El marido quiere salir
con la suya y ella quiere que se haga su voluntad, y ni uno ni otro quiere
ceder. Una situación tal no puede sino producir la mayor desdicha. Ambos
debieran estar dispuestos a renunciar a su voluntad u opinión. No pueden ser
felices mientras ambos persisten en obrar como les agrade.
A menos que
hombres y mujeres hayan aprendido de Cristo a ser mansos y humildes, revelarán
el espíritu impulsivo e irracional que tan a menudo se ve en los niños. Los
fuertes e indisciplinados procurarán gobernar. Los tales necesitan estudiar las
palabras de Pablo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
juzgaba como niño; mas cuando fui hombre hecho, dejé lo que era de niño".
Si se cumple la voluntad de Dios, ambos esposos se respetarán
mutuamente y cultivarán el amor y la confianza. Cualquier cosa que habría de
destruir la paz y la unidad de la familia debe reprimirse con firmeza, y debe
fomentarse la bondad y el amor. El que manifieste un espíritu de ternura,
tolerancia y cariño notará que se le recíproca con el mismo espíritu. Donde
reina el Espíritu de Dios, no se hablará de incompatibilidad en la relación
matrimonial. Si de veras se forma en nosotros Cristo, esperanza de gloria, habrá
unión y amor en el hogar. El Cristo que more en el corazón de la esposa concordará con el
Cristo que habite en el marido. Se esforzarán juntos por llegar a las mansiones
que Cristo fue a preparar para los que le aman