viernes, 17 de mayo de 2024

Carácter sagrado de los instrumentos de Dios


Son muchos los que no reconocen distinción alguna entre una empresa comercial común, un taller, una fábrica o un campo de cereal, y una institución establecida especialmente para fomentar los intereses de la causa de Dios. Sin embargo, existe la misma distinción que Dios estableció en tiempos antiguos entre lo sagrado y lo común, lo santo y lo profano. El desea que cada obrero de nuestras instituciones discierna y aprecie esta distinción. Los que ocupan un puesto en nuestras editoriales gozan de muy alto honor. Tienen un cargo sagrado. Están llamados a colaborar con Dios. Deben apreciar la oportunidad que significa estar tan estrechamente relacionados con los instrumentos celestiales, deben sentir que tienen un alto privilegio al poder dar a la institución del Señor su capacidad, su servicio y su vigilancia incansable. Deben tener un propósito vigoroso, una aspiración sublime y mucho celo para hacer de la casa editora exactamente lo que Dios desea que sea: una luz en el mundo, un fiel testimonio para él, un monumento recordativo del sábado del cuarto mandamiento. “Y puso mi boca como espada aguda, cubrióme con la sombra de su mano; y púsome por saeta limpia, guardóme en su aljaba; y díjome: Mi siervo eres, oh Israel, que en ti me gloriaré.... Poco es que tú me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures los asolamientos de Israel: también te dí por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta lo postrero de la tierra.” Isaías 49:2-6. Esta es la palabra que el Señor dirige a todos los que están de algún modo relacionados con sus instituciones. Son favorecidos de Dios, pues se hallan en canales donde brilla la luz. Le sirven en forma especial, y no deben estimar esto como cosa liviana. Proporcionales a su sagrado cometido deben ser su sentido de la responsabilidad y su devoción. No deben tolerar las conversaciones triviales y comunes, ni la conducta frívola. Deben alentar y cultivar un sentido del carácter sagrado del lugar. Sobre este instrumento designado por él, el Señor ejerce un cuidado y una vigilancia constante. La maquinaria puede ser manejada por hombres hábiles en su dirección; pero cuán fácil sería dejar un tornillito, una pequeña pieza de la máquina fuera de su lugar, y cuán desastroso podría ser el resultado. ¿Quién ha impedido los accidentes? Los ángeles de Dios vigilan el trabajo. Si pudiesen abrirse los ojos de los que manejan las máquinas, discernirían la custodia celestial. En toda dependencia de la editorial donde se realiza el trabajo, hay un testigo que toma nota del espíritu con que se realiza, y anota la fidelidad y la abnegación que se revelan.

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